Lo primero que haremos muchos cuando todo esto acabe, cuando podamos salir de este encierro necesario, cuando podamos besarnos y abrazarnos, cuando podamos olvidarnos de esta pesadilla será ir corriendo a ver a nuestros padres, a nuestros hermanos, a nuestros seres queridos, algunos incluso a sus parejas, porque las circunstancias les obligan a estar separados. Será un reencuentro emotivo y emocionante, tras una separación más trágica que prolongada, más intensa que duradera, más cruel que perjudicial, al menos para aquellos que teníamos como máxima exigencia para ganar esta batalla tan solo quedarnos en casa.

Los enamorados anhelan ver a su amada, cuentan los días que quedan para verla y salen disparados a abrazarla en cuanto se lo permiten. Quienes hemos estado separados un tiempo, por breve que haya sido, de nuestras parejas, que somos casi todos, lo sabemos.

El día en que escribo estas líneas es muy grande para los cartageneros y para Cartagena. Y lo es porque es la gran fiesta de su Patrona, de nuestra Madre, la de todos, nuestra Virgen de la Caridad. Su templo, que en una jornada como la de ayer bulle devoción, entusiasmo y oración, estaba vacío. Ni siquiera estaba Ella, porque no pudieron traerla tras su restauración. Tampoco pudo recibir las miles de flores que les regalamos sus hijos, pero sí pudimos honrarla, acordándonos de ella durante todo el Viernes de Dolores y entonando la Salve desde nuestros balcones, que han pasado de ser accesorios a convertirse en esenciales.

¿Cuántas veces habremos pasado por su puerta y la habremos ignorado? ¿Cuántas veces habremos perdido la oportunidad de mirarla a la cara y decirle cuánto la necesitamos? ¿Cuántas veces habremos vivido su día grande como uno más pensando que se repitiría al año siguiente? Ayer no pudimos visitarla, ni rezar ante ella con la vista fija en su mirada, ni cantarle la Salve rodeados de nuestros familiares y nuestros amigos. Lo que sí pudimos hacer ayer y podemos hacer hoy es prometerle que, cuanto todo esto termine, lo primero que haremos será ir a verla y que no esperaremos a que sea Viernes de Dolores para volver a acordarnos de nuestra Madre, porque ella nos espera todos los días.

Pasaremos a contarle lo que hemos disfrutado y lo que hemos sufrido en nuestro hogar, que siempre añoramos y que estos días ha recuperado todo su sentido, aunque haya sido de forma obligada, como refugio familiar.

Pasaremos a agradecerle que haya cuidado de los nuestros y que quienes hayan perdido a alguien en esta tragedia puedan superarlo con su compañía. Y también con la nuestra.

Pasaremos a pedirle que la vida resurja en nuestras calles con el esplendor de esta primavera que no llega y que se ha teñido de un gris demasiado ennegrecido.

Pasaremos a decirle que nuestros héroes han ganado la pelea contra un mal que queremos que espante para siempre.

Pasaremos a presumir de tantos y tantos empresarios de nuestra ciudad que han visto que no era el momento de hacer cuentas, sino de darse cuenta de que tenían que ayudar a quienes más lo necesitan.

Pasaremos a rezarle para que hayamos sido capaces de aprender que la distancia no es tenernos cerca o lejos, no se mide en pulgadas o kilómetros, no depende de lo lento o lo rápido que podamos ir. Porque podemos tener lo que más queremos, lo que más necesitamos, delante de nuestras narices sin tan siquiera darnos cuenta. O podemos estar a una eternidad de los nuestros y quererlos con todas nuestras fuerzas.

La pandemia pasará. La economía volverá a sus ciclos y sus altibajos, aunque esperemos que se recuperen cuanto antes todos los que lo están pasando y lo pasarán mal. Nuestras discusiones y debates versarán de nuevo sobre el puñetero procés y otras minucias políticas. Volveremos a quedar para un café y a decirnos eso de a ver si quedamos antes de que pasen años para conseguirlo. Nuestras agendas recuperarán sus rutinas.

Volveremos a reír, a llorar, a brindar y a ilusionarnos o sufrir con los nuestros. Y ella, nuestra Madre, siempre estará ahí, esperándonos, como una enamorada deseosa de que no hagan falta pandemias, muertes y miedo para que la echemos de menos, porque, como todas las madres del mundo, es nuestro mayor consuelo, pero también quiere que le contemos nuestras alegrías y tristezas del resto de los días, de este tiempo que pasamos en este valle de lágrimas. ¡Felicidades, Madre! ¡Dios te Salve!