Además de las montañas de ejemplos de solidaridad y apoyo humano que se están produciendo a diario, quizás lo más positivo de la crisis global generada por el COVID-19 sea la también gran cantidad de análisis y reflexiones que se están difundiendo sobre las razones de fondo de la pandemia.

El mundo científico y del pensamiento está muy activo intentando explicar que esta situación no es gratuita, ni un azar infausto provocado por un microrganismo que ha decidido volverse particularmente contagioso, ni tan siquiera una sorpresa para muchos de los más conscientes.

Leo estos análisis con enorme interés, y observo que coinciden en señalar que hay razones estructurales que explican que esta situación está basada en un grupo complejo e interrelacionado de factores que tienen un denominador común: la forma en que las sociedades humanas estamos organizando la economía industrial y postindustrial y, particularmente, la manera radicalmente insostenible en la que nos relacionamos con nuestro entorno.

El mejor ejemplo de ello está en las razones de base de por qué en la actualidad son tan comunes las nuevas patologías trasmitidas por animales a las personas, como es el caso frecuente en la familia de los coronavirus. La barrera entre especies parece no funcionar ya por la gestión que hacemos para obtener proteína animal para el consumo humano.

El enfoque One Health, que promueve la Organización Mundial de la Salud y del que hablamos aquí la semana pasada, deja claro que la ganadería hiperindustrial está detrás de este fenómeno. El imparable crecimiento de la demanda de proteína animal y la intensificación extrema de su producción industrial es la causa principal de la propagación de nuevas patologías transmitidas por animales a los seres humanos. Las condiciones de hacinamiento en las macrogranjas convierten a cada animal en producción en una especie de laboratorio de mutaciones víricas susceptible de provocar nuevas enfermedades.

China alcanza sus espectaculares tasas de crecimiento económico anual, desconocidas en la historia humana, maximizando la rentabilidad macroindustial en todos sus sectores, incluido el ganadero. En la ciudad china de Mudanjiang, una sola granja alberga 100.000 vacas, y no es una anécdota ni es la única, ni es solo en China. La imposición del modelo industrial de la ganadería intensiva es una realidad en todo el mundo, sustituyendo el sistema histórico de pequeñas y medianas granjas familiares.

Al mismo tiempo, las sociedades humanas han urbanizado de forma extensiva la práctica totalidad del planeta, rompiendo la separación entre personas, animales en producción y domésticos y poblaciones animales salvajes. Una tormenta perfecta para la mutación y la trasmisión de nuevos patógenos víricos.

Haremos mal si cuando salgamos de ésta crisis seguimos en las mismas. Me quedo con una foto reciente, publicada en un medio digital como ilustración de un artículo de fondo sobre el coronavirus, en el que una pintada en una pared afirma: «We won't return to normality because normallty was the problem».