De niño siempre escuché a mi abuela contar historias de su infancia, de su juventud y de su matrimonio con mi abuelo Juan, al que le pilló la guerra en Yecla, que era zona republicana, cuando él era un falangista convencido. Esto le llevó a pasar la contienda escondido en Valencia, casi como al protagonista de La trinchera infinita, pero al contrario. Una de las referencias temporales que a menudo contaba mi abuela era que tal cosa ocurrió 'antes de la liberación' o 'después de la liberación'. Yo no tenía ni idea a qué se estaba refiriendo con esa expresión hasta que, años más tarde, supe que hablaba del final de la Guerra Civil, un 1 de abril de 1939 en el que las tropas del general Franco declararon su victoria frente a las legítimas del bando republicano. Esa era 'la liberación' de la que hablaba mi abuela Josefa.

81 años después estamos aquí, atrapados por un virus que tiene al mundo 'confitado' en casa, a la economía capitalista tiritando de frío y a los científicos embarcados en investigaciones para hacerle frente. Está claro que aún nos resta tiempo para hablar de una nueva 'liberación', pero estoy prácticamente seguro de que, más temprano que tarde, llegará. Bien es cierto que, aunque suene cursi, ya nada volverá a ser como antes. Porque tendremos muchas cosas que aprender de una pandemia como esta, que ha golpeado al primer, al segundo, al tercero y al cuarto mundo. Nadie se ha librado. Ni por grande, ni por pequeña potencia de que se trate.

Bien es verdad que para echarle narices a una crisis sanitaria de la envergadura del coronavirus no todos los países, ni todas las regiones, ni todas las personas estamos en las mismas condiciones. Solo hay que comprobar que uno de las grandes grupos de víctimas, nuestros mayores, nuestros viejos, se enfrentan a situaciones desiguales. Los cuidados son diferentes dependiendo de la cultura que hablemos, las zonas geográficas y los recursos sociosanitarios disponibles. Esas heterogéneas maneras de combatir la Covid-19, esta enfermedad infecciosa causada por un virus que hasta ahora no se había detectado en humanos, también presentan distintas consecuencias. Solo tenemos que ver la respuesta que hasta el momento han ofrecido los líderes europeos. Una vez más parece que disponemos de una réplica a cómo se comportaron durante la crisis de hace una década. Los europeos del sur somos los nuevos apestados a la hora de abordar una estrategia común y, sobre todo, un paquete de ayudas que, no sabemos muy bien por qué, no nos merecemos.

Liberarnos del presente sin haber resuelto muchos embrollos que han podido llevarnos aquí no sería la solución, ¿verdad? Hacer frente a la pandemia, todos a una, y con las actitudes y decisiones que adoptamos cada uno de nosotros y de nosotras, es el camino en estos días de tribulación. Vamos por dieciocho y aún no estamos en disposición de ver la luz al final del pasillo de casa, pese a que a diario nos deslumbra en el balcón de nuestros vecinos de enfrente, esos con los que aplaudimos o bailamos el Resistiré.

Mientras tanto, no nos queda otra que empezar a saborear y disfrutar de los espacios de liberación, de libertad, de sosiego y de paciencia en cada una de las rutinas en las que hemos convertido las jornadas de reclusión en casa.