Vivimos confinados entre dos conceptos filosóficos que han marcado el inicio y el final del siglo XX: el eterno retorno de Nietzsche y Atrapado en el tiempo, esa genial película donde Bill Murray pisa todos los días de su vida el mismo charco. Muchos pensarán que nuestra realidad nos arroja marmotas por el balcón. Solo faltaría ver a nuestros conciudadanos pasearlas. Sería una metáfora perfecta de nuestra reclusión.

Le sucedió lo mismo a El Fugitivo, el protagonista de la novela corta La invención de Morel. Cuando la leí en la Universidad me pareció de una excelencia literaria sin igual. Ahora descubro que no solo era óptima, sino también peligrosamente real. El argumento que plantea Bioy Casares es tan cercano como cotidiano: un hombre aparece en una isla aparentemente desierta. En cierto momento empieza a ver turistas, gente que camina desorientada y que le obligan a refugiarse en los acantilados. Pronto lo desplazan y ocupan lo que era su casa, donde soportaba su soledad. Descubre El Fugitivo que en realidad las personas que veía eran imágenes proyectadas por una especie de máquina cinematográfica creada por Morel. Estaba solo. Aquellas luces reflejaban solamente el recuerdo de vidas pasadas.

Mi vieja amiga, la ventana, está adquiriendo aspecto moreliano. Veo sucederse todos los días a barrenderos que silban bajo mi balcón, al vecino paseando a sus dos perros, la vecina rechoncha que sale a aplaudir siempre tres minutos antes de las ocho (es su momento especial del día), mi suegra que pasa todas las mañana hacia el centro de salud (es médico y mis aplausos van para ella). También hay un consejo de ministros al día, dos amagos de ruptura de Gobierno, tres deslealtades de la oposición y cuatro nuevas estadísticas que nos encierran de nuevo en el presente.

El Fugitivo ve dos soles en cierto momento. Y dos lunas. La realidad se solapa con las proyecciones. En mi ventana sumo veinte días. Los voy contando con un cartel. Me ayuda a perfeccionar la paciencia. En veinte jornadas he vivido todas las estaciones del año. El frío y el calor, la alegría y la desesperación. Intento localizar un matiz diferente en cada sol. El del 15 fue diferente al del 10. Lo recuerdo perfectamente. Esos días, sin embargo, mi vecina llevaba el mismo batín de noche, que ahora es de mañana también. Cuando todo esto acabe tal vez extrañaremos tener varios soles que contar en el cielo.