El sol, el mar, las flores, las ventanas, los perros, las trompetas, los aplausos. La nada. Licencias poéticas me he permitido todos estos días, y muchas, para esconder mi frustración y mi rabia. Hoy iba a escribir sobre la luna, pero con la que está cayendo sería una frivolidad por mi parte.

Me prometí y os prometí no caer en el malicioso y peligroso juego de la crítica, pero después leer hoy en la portada de uno de los principales periódicos de mi país que los contagiados por coronavirus en España no son los 60.000 de los que ayer nos hablaba el Gobierno sino que seguramente se acercan al medio millón, que ya hay casi 5.000 fallecidos y que el ministerio de Sanidad ha comprado en China 58.000 tests rápidos, y defectuosos, a una empresa que ni licencia tiene y ha tocado devolverlos, no puedo callarme. Tampoco lo hice cuando la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, reconoció que no sabía «cómo cerrar Madrid» y mientras aprendía cómo hacerlo miles y miles de habitantes de la capital salieron en estampida a contagiar al resto de Comunidades. Sí, la misma presidenta que sigue esperando a los aviones 'fantasma' chinos cargados de material sanitario por el que se ha pagado casi 24 millones de euros y que nadie sabe dónde están. Mi denuncia de hoy no va de partidos políticos; por supuesto que no sé cómo se aborda una crisis sanitaria de este calibre, pero lo que sí tengo claro es que si los que están en el Gobierno tampoco que den un paso atrás y tomen las riendas de este país los que de verdad saben.

Para justificar lo que está pasando con el coronavirus en los hospitales no me sirve el fácil y manido argumento del recorte de la sanidad pública por parte de Gobiernos anteriores, absolutamente denunciable y condenable por mi parte y al que por supuesto se debe la intolerable falta de camas. Pero no nos engañemos: si en España a día de hoy no hay batas impermeables, mascarillas, gafas de protección y contenedores de grandes residuos para combatir esta pandemia es porque el Gobierno de Pedro Sánchez no los compró cuando los tenía que comprar y no ahora, a toro pasado, cuando el mercado está saturado y son ya 10.000 los trabajadores del sector sanitario contagiados. Y esta no es una denuncia de la 'derechona', como muchos la han calificado: a la Confederación Estatal de Sindicatos Médicos (CESM) tampoco le parece bien cómo se están haciendo las cosas y por eso ha interpuesto una denuncia por falta de material necesario para el trabajo de sus profesionales al Ministerio de Sanidad ante el Tribunal Supremo, que por cierto, por imprecisiones en el texto, la ha rechazado.

«En Italia ha pasado lo mismo», me dicen algunos amigos votantes de izquierda sin darse cuenta de que esta excusa juega en su contra: semanas antes de que el coronavirus arrasara España como un tsunami, a solo 1.500 kilómetros, en la Lombardía, muchos millones de personas estaban ya encerradas por orden gubernamental y nosotros aquí, como si nada: nos dijeron que el virus por aquí prácticamente iba a pasar de largo. El 'hombre antipánico', llamaba ayer a Fernando Simón, director Emergencias Sanitarias, un diario. Sí, del que está pendiente mañana y noche toda España, el que no se inmuta, el imperturbable; el que llevaba meses repitiendo un mensaje de calma, pidiéndonos que no entráramos en pánico. Ojalá las alarmas hubieran saltado antes.

No estaría de más reconocer: nos hemos equivocado, hicimos caso omiso a las advertencias de la OMS y de la UE a principios de marzo, no fuimos previsores y no compramos el material apropiado, pero ahora estamos trabajando. Pero no, de eso, nada. Llevo encerrada en casa más de dos semanas, atrapada en el mismo minúsculo trozo de cielo que veo desde mi ventana, y desde el Gobierno me reclaman fortaleza y unidad a diario. Creo que, como millones de españoles, las estoy demostrando, pero no soy peor ciudadana si critico, cuando lo necesito, lo que considero necesario.

Os quiero. Cuidaos.