Una vez que los libros empiezan a ser distribuidos en cajas para un uso futuro en otro lugar y leídos por otra gente, y pese a ser domingo, me preparo para nuevas jornadas de teletrabajo en casa. Entre las actividades hogareñas que nos han pillado a contrapié 'gracias' a este confinamiento forzado reconozco que cuesta adaptarse a esta de trabajar en la morada de uno porque las distracciones son innumerables. Me siento mal si no he hecho la cama, arreglado la habitación, aireado el comedor y tener expedita esa desagradecida cocina en la que no hay manera de que esté cada cosa en su sitio. No digamos nada del cuarto de baño, donde las toallas usadas y los restos del afeitado siempre piden a gritos que les metas mano. Porque eso sí, aunque tengamos cuatro pelos en guerrilla, donde se ponga una barba afeitada con aroma a Floid que se quite la sensación de dejadez y olvido entre las paredes de este nido de obedientes ciudadanos.

Siempre he odiado el presentismo en cualesquiera de los lugares de trabajo que me han tocado a lo largo de la vida. Para mucha gente pasar horas y horas en una oficina, un taller, una fábrica o cualquier centro de trabajo es sinónimo de fidelidad y compromiso con la empresa. Aunque sea perdiendo el tiempo, deambulando entre las mesas y despachos, mareando la perdiz, vamos. No solo para el empleador, sino que el propio empleado se siente confiado en que está haciendo lo correcto. Pese a que los resultados sean pobres. De ahí que siempre he llevado muy mal cuando noto el aliento en la nuca por parte de mis jefes, tratando de marcar una presión ante la que difícilmente llego a ser productivo. Los perfeccionistas ya llevamos mal lo de conseguir logros sin haber utilizado una dosis elevada de energía como para que la urgencia en obtener resultados sea a costa de dedicar horas y horas a tareas en el lugar de trabajo.

O qué decir del fichaje. Los sistemas de control horario, como cualquier sistema de control, pueden ser sorteados. Que nos lo digan a cualquiera de nosotros, expertos en eludir responsabilidades fiscales, educativas, legales o de simple compromiso ciudadano. Es verdad que para la gente caradura o escurridiza, esa que identificamos sin problemas en cada centro, en cada oficina, en cada taller, en cada cuadrilla€ el hecho de fichar a su hora es un mecanismo para filtrar el escaqueo. Pero, en realidad, de lo que se trataría es de establecer claramente los objetivos a conseguir, los productos a obtener, los resultados a evaluar, con plazos razonables y coherentes, y cultivar el sentido de la responsabilidad de la persona en cuestión.

Una vez establecidos estos considerandos llega la hora de situarse ante el trabajo desde casa. Para ello se necesita, como poco, una mínima programación, un horario establecido que tiene que estar claro para las partes en juego, un hábitat adecuado (con espacios donde se preserve la autonomía para poder desarrollar la actividad) y una evaluación de lo que se va haciendo. Por supuesto, es imprescindible contar con unos recursos tecnológicos mínimos, que no siempre están disponibles y, sobre todo, haber adquirido una formación y un aprendizaje adecuados para el fin que se persigue. De ahí que esto no haya hecho más que comenzar, excepto para quienes ya operaban desde casa antes de la pandemia.

Seguimos... y cuídense.