Dos semanas y lo que te rondaré, morena. El Gobierno, el de la autoridad competente en este Estado de Alarma, anuncia medidas más restrictivas para evitar los movimientos en actividades económicas no esenciales. Los adivinos vuelven a la carga: Si ya lo decía yo, ¿veis como al final había que hacer eso? Las respuestas, también: Claro, sabio profeta de la vida, pero ¿eras tú el competente? ¿Habías dispuesto medidas laborales para tener en cuenta a los trabajadores y las empresas? ¡Ay, Señor, baja y carga!

En una casa siempre hay asignaturas pendientes que aprobar. Una de ellas es deshollinar, limpiar, deshacerse de lo superfluo, de esas cosas que guardamos y guardamos para un futuro momento que nunca llega. Son muchos los objetos incluidos entre esos buenos propósitos, pero hay unos que especialmente desatan los recuerdos y la inquietud a la hora de tomar decisiones. Son los libros. Esos objetos llenos de historias, sentimientos, teorías, ideas, relatos, conocimiento, filosofía, historia y poesía€ de los que resulta doloroso meter en unas cajas para darle otro fin distinto al que tuvieron un día, cuando fueron adquiridos o regalados.

Esta mañana tocaba una parte de las estanterías que pueblan la buhardilla. Especialmente duro ha sido volver a tener en las manos aquellos manuales de Sociología o Historia del Pensamiento adquiridos a comienzos de los 80 en La Felipa, en el Madrid de Enrique Tierno Galván. O aquellos primeros libros de escritores latinoamericanos que caían en mis manos, como la Historia de Manuel de Julio Cortázar, comprados en la Librería Demos de Yecla. O qué decir de aquellos ejemplares sobre periodismo que Mariano González, de la Espartaco de Cartagena, le reservaba a mi padre para que se los diera a su hijo, futuro periodista.

De la estantería a las cajas de cartón han pasado libros de sociólogos como Salvador Giner, Víctor Pérez Díaz o Manuel Castells. También de muchos teólogos de la liberación de finales de los 70, folletos, coleccionables de cine e historia, publicaciones varias€ Cuando volvamos a salir a las calles todos estos libros los donaremos a proyectos de economía social, como la Librería de Traperos de Emaús. Allí alcanzarán nuevos significados para nuevos lectores.

Pero en esta primera fase de limpieza de textos, he guardado aquellos pequeños ejemplares de ediciones Zero/ZYX que llegaban a casa para ser vendidos los domingos por la mañana en Ibi en un puesto que mi padre colocaba en la plaza del pueblo. Parte de su compromiso político en los últimos años del franquismo era divulgar la cultura a través de esta editorial que sorteaba como podía la censura del régimen. Además de estos libros, he salvado tres que tienen un significado especial: Los cruces de caminos, de Juan Gómez Casas, sindicalista de la CNT; La revolución y el deseo, de Miguel Núñez, histórico dirigente del PSUC, antiguo maquis y que dedicó sus últimos días a la solidaridad internacional de manos de ACSUR-Las Segovias; y el tercero, La Italia de Berlusconi, del periodista y amigo Santiago Fernández-Ardanaz, quien fue el primer rector del primer proyecto de la UCAM, ya fallecido. Y no he podido abandonarlos a su suerte porque los tres tienen una cariñosa dedicatoria de parte de sus autores. Esas quedan, de momento, en un rincón de casa. Todos los libros están llenos de afectos, y afecto es lo que necesitamos en estos tiempos de tribulación.