No no sé ustedes, pero déjenme que les diga que soy incapaz de leer un capítulo seguido del libro que estoy leyendo o que, en estos tiempos confinados y sedentarios, he adelgazado y mucho, y algo sorprendente que alerta que me pasa algo es que soy incapaz de escuchar más allá de tres segundos de ninguna canción.

No visito museos virtuales ni me planto ante el Instagram a ver el confinamiento de los demás o las conexiones en directo de músicos que venero. No puedo. Tengo varias plataformas digitales, montones de películas y nada, sólo soy capaz de ver dos capítulos seguidos de Friends, serie del siglo pasado que me saca de esta realidad.

Ni deporte con tutoriales ni cursos de cocina. Un dolor me oprime el pecho a ratos, estoy en silencio, a lo largo del día paso por varios estados de ánimo y con controlarlos ya creo que es toda una hazaña.

No puedo dejar de pensar en mi familia, mis amigos y en la cantidad de historias que me emocionan en estos días en la radio (escucho a Carlos Alsina y su maravilloso monólogo de las 8.00 que desde aquí les recomiendo) que me reconcilian con la vida por unos minutos.

La llamada de la mañana en la que la temperatura de mamá y la saturación de oxígeno es la adecuada es lo que primero que me calma, así como hablar con mi padre que poco a poco se va consumiendo y quedándose en los huesos de cuidarla. La demencia no entiende de virus, y en mi caso como en el de muchas personas, pienso en los cuidadores que están solos viviendo con más tensión aún si cabe todo lo que ocurre. O en mi hermano y mi cuñada con dos niños en casa; uno de mis sobrinos tiene TEA y me parece acojonante que tenga que ponerse un brazalete al salir a la calle para que no le insulten desde los balcones, y pienso: pero qué asco de sociedad en la que nos hemos convertido. Dejen de ser 'la vieja del visillo' e intenten comprender un poco antes de decir burradas.

¿No estaría de más que pensáramos un poco no sólo en qué hace el vecino o cuantos rollos de papel higiénico tenemos y qué estreno vamos a ver en alguna plataforma? ¿No creen? Este maldito bicho está haciendo que nos tambaleemos como sociedad por culpa del miedo y, señores, el miedo saca lo peor de cada uno. Leo comentarios salvajes en la ciénaga de twitter fomentando una confrontación política que no toca, leo como se busca a culpables y, lo que es peor aún, cómo se culpabiliza de las muertes a unos y a otros, y no toca. Habrá que analizar todo, por supuesto, y ese día llegará sin duda, pero basta de señalar y buscar culpables. Basta.

Estoy algo desbordada ante lo que nos está sucediendo. Creo que por encima de la política y la economía está la vida y lo que nos está sucediendo, desde mi punto de vista, ha sacado nuestras debilidades como país y también como personas.

Nuestras Administraciones abandonaron hace mucho tiempo a nuestros mayores y a nuestros sanitarios, dos de los colectivos que están siendo arrasados en este horror y parece que no tenemos memoria. Recortes y más recortes en lo social y en nuestra sanidad que ahora nadie recuerda y nos echamos las manos a la cabeza porque falta material sanitario o porque no hay protocolos de protección para nuestras residencias ante epidemias o casos de extrema gravedad como al que nos enfrentamos en este maldito marzo de 2020.

Pienso en mi madre cuando estaba en una residencia y si todavía estuviera cómo me hubieran metido en el calabozo porque por encima de quien hubiera sido la habría sacado o me habría aislado con ella para cuidarla y protegerla. Pienso en los familiares de tantos mayores que ven que sus allegados tienen miedo, están desprotegidos o contagiados y nadie da la cara o todo son medias verdades. Me estalla la cabeza de pensar en ellos, en la impotencia y desesperación.

Pienso en nuestros sanitarios, sometidos a una presión sin equipos ni protección, viviendo el horror y dando lo mejor de sí mismos. Pienso en Mar, una enfermera que llamaba a la cadena SER hace unos días y entre lágrimas decía que nuestros contagiados no están solos, no se limitan a darles medicación y atender sus necesidades médicas. Los agarran de la mano, les dan cariño y los miran con amor ante el miedo y la soledad que deben sentir. Es desgarrador, y ellos, quienes nos cuidan, son superhéroes que no llevan capa; llevan guantes y batas.

Ahora más que nunca vemos nuestras debilidades como país, háganse un favor y cuando toque no recortemos en lo más valioso que tenemos, nuestra sanidad y derechos sociales.

Pero no todo va a ser negativo y ante el horror y la necesidad surge la solidaridad, el ingenio, las ganas de sumar y de que entre todos frenemos esta guerra, así como proteger a nuestros héroes con bata. La industria del mueble en Yecla se vuelca y fabrican mascarillas y batas, o ingenieros de la Región con sus impresoras 3D fabrican protecciones para nuestros sanitarios. O la empresa cervecera Estrella de Levante dona alcohol para la fabricación de geles hidroalcohólicos. Y así, muchas muestras de generosidad y ganas de arrimar el hombro para que todo acabe cuanto antes.

Nada será como antes al acabar esta pesadilla. No hablo solo a nivel político o económico; también en cuanto a lo humano, a losocial, o al menos eso espero. Algo habrá cambiado o eso quiero pensar, algo tiene que cambiar.

El mundo ahora se reduce a las cuatro paredes de la casa donde todos nos hemos dado cuenta de la importancia del contacto. La vida se nos ha parado en seco, una sopa de murciélago ha sacado nuestras debilidades y grandezas y no puede dejarnos indiferentes cuando todo esto acabe.

Cuando piensen en todo lo que van hacer cuando salgan del confinamiento (por cierto, palabra que odio) valoren ese abrazo, valoren ese beso, valoren las veces que no hicieron algo por pereza. Valoren y piensen quién se ha dejado la piel para que las estanterías del súper estén llenas, valoren a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, que han tenido hasta un rato para decirle a una niña que el Ratóncito Perez le va a dejar un regalo porque él sí puede salir de casa, valoren que la Guardia Civil haya pasado por el balcón de Adrián, un niño con discapacidad, para aplaudirle por estar portándose tan bien. Valoremos, joder, vida, y no dejemos que la rutina nos vuelva a comer.

Mientras llega el momento en el que nos vuelva a dar la brisa en la cara mientras tomamos una cerveza en una terraza, quédemonos en casa, porque entre todos lo vamos a conseguir.