Basta con asomarse ligeramente por las redes sociales para comprobar que junto a los gestos solidarios, las llamadas a la unidad frente a un enemigo común, las historias llenas de sentimientos y las de horror, se entremezclan los agrios y tensos debates de quienes siempre apuestan por la crispación, incluso en momentos tan delicados como los que atravesamos. Muchos recurren a la agresividad en su lenguaje, ocultan un odio incomprensible, como si fueran vampiros ávidos de sangre.

¡Ojo! No seré yo quien abogue por ocultar las realidades, los errores y las responsabilidades, pero de nada sirve cebarse en ellas. Si alguien se equivoca o comete una grave imprudencia que conlleva más muertes será competencia de nuestros tribunales actuar cuando todo esto termine. Pero, por favor, no malgastemos nuestras escasas energías y recursos en volver a enfrentarnos, como hacemos siempre. Ya llegará el momento de analizar todo lo ocurrido, ahora luchemos juntos, sumemos, aportemos en lugar de restar, tanto los mandados como los que mandan, que deben poner todo su esmero, cuidado y concentración para no meter la pata, porque eso solo contribuye al desaliento de una población que ya está bastante desolada, asustada y resignada a que esto va a ser más duro y complicado de lo que nos vendieron en un principio.

Envidio la unidad con la que algunas naciones vecinas afrontan la pelea contra el minúsculo bicho que nos está tumbando. Y me entristece comprobar la sensación que transmiten algunos de nuestros políticos de que se preocupan más por figurar que por resolver la situación.

Hace dos semanas comenté que me gustaban las películas apocalípticas porque mostraban lo mejor y lo peor del ser humano. El coronavirus nos está permitiedo trasladar esa ficción a la realidad de cada día. Para nuestros gobernantes, esta pandemia puede convertirse en una tentación de preocuparse más de que los vean como los salvadores que de serlo realmente. Y algo de eso es lo que parecen trasladarnos desde algunos ámbitos y con algunos comportamientos.

Nuestra política nacional estaba bastante podrida antes de la masacre que está protagonizando el COVID-19 y, a pesar de la aparente unidad inicial, parece que surgen fisuras que llevan a algunos a volver a enrocarse en sus posturas de siempre, como si esto del confinamiento, de los contagios y de los cientos de muertos diarios fueran un problema menor. Da vergüenza.

Las cosas son más sencillas. Por muchas diferencias que haya, siempre es posible alcanzar un entendimiento en lo básico para convivir, basta con aplicar esa palabra que se hartan a repetir desde los atriles, pero que tanto les cuesta asumir: Respeto. Además, en estos momentos, es imprescindible, incluso a la hora de señalar los fallos. Porque, como le oí decir a un tertuliano de la radio, no creo que nadie actúe voluntariamente de forma irresponsable para sesgar más vidas.

Afortunadamente, entre la mucha miseria política que presenciamos desde todos los bandos, siempre surgen excepciones, políticos vocacionales que tratan de contrarrestar la tremendamente deteriorada fama de un colectivo, que cada vez valoramos menos. Y esas excepciones las tenemos cerca, en nuestro Ayuntamiento. Admito que incluso a mí me asombra el buen clima que se aprecia en nuestro Gobierno municipal, porque una cosa es que firmaran un pacto más o menos interesado y se llenaran la boca esgrimiendo que era por el bien de Cartagena y, otra muy distinta, que lo estén cumpliendo a rajatabla. Lástima que algunos no hayan sabido ver que por encima de unas siglas están los ciudadanos. Como decía José María García, el tiempo les dará o quitará la razón.

La buena armonía entre los equipos de la alcaldesa, Ana Belén Castejón, y la vicealcaldesa, Noelia Arroyo, resulta más que evidente. Sus caracteres son dispares, pero se entienden muy bien, al menos hasta el momento. Deseamos que siga así. Se respetan, se entienden, dialogan y son leales. Eso es lo que transmiten, eso es lo que se ve. Seguro que han tenido desencuentros y diferencias, fruto de que, en definitiva, han sido, son y serán adversarias políticas. Pero ambas tienen claro que no son enemigas y, sobre todo, que para avanzar, cuantos más empujen en la misma dirección, mejor.

Antes del coronavirus, ya se apreciaba la unidad del gobierno municipal, sin fisuras que resaltar. Y, ahora que batallamos contra este bicho desconcertante, es de agradecer que se apoyen la una en la otra, que sepan ejercer sus papeles tal y como les ha tocado en este momento. Por encima de protagonismos infructuosos, la vicealcaldesa y todo su equipo han cumplido una estricta cuarentena sin dejar de trabajar ni un segundo para resolver tantos y tantos problemas a los que se ha enfrentando y se enfrentará Cartagena, como todas las ciudades del país. No ha hecho nada de ruido, ni una sola crítica y ha permanecido en un segundo plano, consciente de que no tocaba lucirse, sino arremangarse. Ha sido leal a la alcaldesa, a su compañera y líder en este momento del gobierno municipal y, por qué no decirlo, a su amiga. Sí, señores, porque dos personas con ideas diferentes y de partidos contrarios pueden ser amigos, por mucho que les cueste entenderlo a tantos y tantos jóvenes que prefieren reavivar las disputas fratricidas que nunca vivieron ni desearían vivir.

Nuestra alcaldesa también se ha mostrado como toca en un panorama tan negro como el actual. Ha agarrado con fuerza el bastón de mando, con firmeza, decisión y determinación, y se ha metido de lleno en el rescate de aquellos que peor lo están pasando y peor lo van a pasar en esta crisis sanitaria, asumiendo incluso reivindicaciones y esfuerzos ajenos a sus competencias, pero enormente necesarios. Ha solicitado la implicación, la colaboración, la unidad y el sacrificio de todos. Eso sí, dando ejemplo. Respondiendo con reconocimiento y lealtad a su compañera de gobierno, incluso ensalzando su labor callada, pero tan efectiva como la que hace ella dando la cara, atribuyéndole los méritos que le correspondían. También estando al pie de un cañón que todavía no sabemos muy bien cómo disparar, pero ella estará ahí la primera en cuanto se pueda encender la mecha para acabar con esta pesadilla.

Ya fueron un ejemplo con su pacto local para muchos en nuestro país que solo se miran el ombligo, la tarjeta y la cartera. Ahora, cuando estar a la altura se convierte en algo absolutamente imprescindible, ambas lo están para encabezar, calmar y auxiliar a los cartageneros en la peor crisis social y sanitaria de la historia reciente.

Habrá muchos que os sigan criticando, muchos que traten de enfrentaros, muchos a los que les gustaría envenenaros, metafóricamente hablando. Quienes apreciamos la unidad, la tranquilidad, el saber estar y la efectividad que transmitís en una situación tan grave os agradecemos de corazón vuestra lucha y vuestra entrega. Y también os aplaudimos desde los balcones. Gracias por saber que no es el momento de sacar pecho, sino de dar el do de pecho. Así quedará escrito y así lo recordará la historia.