Cada vez está más claro que la tecnología, y su encarnación en las funcionalidades que permite el móvil, estarán en el centro de la estrategia que nos permitirá salir de forma permanente de esta pandemia, una vez superado el episodio inicial catastrófico que estamos sufriendo. Hemos terminado en un confinamiento obligatorio de la población por falta de la necesaria visión y el imprescindible coraje que las autoridades deberían haber poseído para que la cosa no hubiera evolucionado siguiendo el modelo italiano en vez del coreano, cara y cruz de las estrategias posibles de cara a afrontar el combate contra la epidemia. En el modelo coreano, el móvil tiene un papel estelar.

Como ya comentaba en mi artículo de la semana pasada, y es de conocimiento general a estas alturas, una app implantada en los móviles de los ciudadanos de Corea del Sur, permite trazar los contactos de las personas que dan positivo en coronavirus, conminándoles a confinarse en sus domicilios y permitiendo descubrir las rutas de contagio que el virus dibujaba abriéndose camino entre la población. De esta forma se descubrió, por ejemplo, que un supercontagiador (un perfil de persona que se da en todas las enfermedades contagiosas y que tiene la capacidad de infectar a un alto número de congéneres), que había asistido con claros síntomas de la enfermedad a un oficio religioso de una de las múltiples sectas religiosas a las que son tan aficionados los surcoreanos, había sido el desencadenante del foco más activo de la epidemia. Esa aplicación de móvil, unida a la realización de test masivos a los contactos del enfermo que los delata y que se han autoconfinado inmediatamente, es capaz de vencer a la propagación del virus, tal como demuestra su evolución decreciente en Corea del Sur.

Lo que la experiencia demuestra comparando la estrategia de los diferentes países, es que si el foco no se ataja de forma inmediata y se toman en consecuencia medidas radicales al principio, la enfermedad se descontrola y campa por sus respetos, asolando la salud de la población, desbordando la capacidad sanitaria y dejando un reguero de muertos que nos hacen recordar las imágenes de epidemias del pasado que creíamos haber superado. Pero el principal peligro, para la salud de la población y para la economía mundial, es que los episodios como el que estamos viviendo se repitan periódicamente y, en ausencia de una vacuna eficaz, el mundo camine hacia una década de empobrecimiento y oscurantismo con el enraizamiento del populismo. De hecho, líderes populistas como Donald Trump, Jair Bolsonaro, López Obrador o Boris Johnson (aunque este ha reculado últimamente), parecen haber asumido que hay que sacrificar a los ciudadanos más vulnerables en aras de la sostenibilidad económica de sus países. La más cruda declaración en este sentido ha sido la del gobernador republicano de Virginia, que afirmó sin inmutarse que los abuelos no deben dudar en sacrificarse por el bienestar futuro de sus nietos. Y esto aunque las proyecciones estadísticas de la epidemia hablan de ocho millones de muertos solo en Estados Unidos debido al coronavirus si no se adoptan medidas de confinamiento.

Ante esta amenaza real, lo único que puede salvarnos, a excepción de la vacuna, son dos tecnologías soportadas en nuestro móvil y completadas con herramientas de análisis que mezclan el big data con la inteligencia artificial. Estas dos tecnologías, ya disponibles en el más elemental teléfono móvil con acceso a datos, son la geolocalización y el bluetooth. La cosa funcionará más o menos así: cuando des positivo por coronavirus (porque tengas síntomas de la enfermedad o porque salte la alarma en uno de los controles obligatorios que se establecerán en el trabajo, en las fronteras o de forma aleatoria en las calles de nuestras ciudades), la aplicación determinará las personas de las que has estado a menos de dos metros por un cierto período de tiempo (que podrá variar en función de los puntos calientes que se detecten mediante el big data), información que se habrá almacenado en un archivo al que tendrá acceso la Administración sanitaria. De modo inmediato, avisará a esos contactos para que se aíslen y se hagan el test (los plazos de confinamiento disminuirán drásticamente con las mejoras de precisión de los test y un mayor conocimiento del comportamiento de la enfermedad). Estos autoconfinados tendrán que reportar obligatoriamente su evolución a las autoridades sanitarias, que comprobarán su identidad por métodos biométricos. Eso se completará con algo parecido a lo que se ha implementado en China, que es un sistema de semáforo en el móvil, con el color verde reflejando el permiso ilimitado para moverse y socializar, el naranja alertando de la prohibición de participar en reuniones y actos colectivos, y el rojo como expresión del mandato obligatorio de estar aislado en casa sin moverse.

No cabe duda de que regímenes autoritarios como el de China, que ya estaba implantando un sistema de puntos para determinar el grado de buen comportamiento de cada ciudadano, aprovecharán el ansia de salud de la población para estrechar el control individual de sus ciudadanos y limitar con esta excusa sus libertades. No concibo, por el contrario, un país democrático como Corea del Sur aprovechando la miseria de una enfermedad para estos mismos fines.

De hecho, lo que más temo es que la Unión Europea, adalid mundial de una interpretación estúpida y restrictiva del uso de datos personales de sus ciudadanos (que nos está dejando, por cierto, a la cola de la industria del conocimiento) impida el desarrollo de estas herramientas imprescindibles para sobrellevar esta pandemia en ausencia de una vacuna efectiva, lo que provocará, repito, episodios recurrentes dilatados durante años.

Que la tecnología, y en concreto el móvil, sea la que nos salve del desastre en forma de coronavirus, tiene dos consecuencias enormemente positivas e inesperadas. Una de ellas es que esta estrategia nos servirá en el futuro para cada amenaza a nuestra salud que brote de repente en cualquier parte del planeta, y que tenga similares características en cuanto a período de expansión por portadores asintomáticos e indetectables. La otra es que el móvil inteligente es prácticamente la única tecnología masivamente disponible entre los dos mil millones de personas que habitan en los países más desfavorecidos del planeta, carentes de recursos suficientes para combatir una epidemia de estas características.

Por cierto, quiero recordar a quien se le haya olvidado, que el móvil, aparte de salvarnos la vida y otras decenas de utilidades, también sirve a menudo para hablar por teléfono.