Madrid, 24 de marzo

9.00 horas, full body cardio con Mary; 11.00 Desi Perkins y su tutorial de maquillaje; 13.00, clase de chino mandarín; 16.00 curso de cocina saludable; 17.00, paseo virtual por El Prado; 18.00 estrategias de Marie Kondo para ordenar armarios; 19.00, trucos para triunfar en el cómic manga; 20.00, yoga con Xua Lan; 21.00, meditación con Deepak Chopra; 22.00, maratón de series en Netflix.

24.00, por fin a la cama. Madre mía del amor hermoso, ¿pero quién es capaz de hacer todo eso si a mí solo con escribirlo me va a dar algo? Vamos a ver, ¿no se trataba en esta cuarentena de parar, aunque fuera un rato? Joder, que os va a dar algo. A nuestro castizo ‘tumbarse a la bartola’, despreocuparse, quedar libre de toda inquietud o preocupación ,como lo definen los de la RAE, los holandeses lo llaman ‘niksen’ o el arte de hacer nada, pero nada de nada; bueno, sí, dejar que la imaginación se escape adonde le dé la gana o simplemente mirar por la ventana. Desgraciada, pero necesariamente, estamos encerrados en casa y entre estas cuatro paredes está permitido tener la agenda vacía en vez de estar todo el rato ocupados. Que sí, hacedme caso, que aburrirse es una habilidad, perdida, eso sí, con innumerables ventajas.

Nos creíamos invencibles y de repente nos hemos descubierto frágiles y además, con toneladas de tiempo libre por delante. Si esta crisis puede enseñarnos a reducir la velocidad, prestar más atención a lo que hacemos y con quién, comprar menos y crear más algún día podremos decir que sirvió para algo. Las monjas de clausura, que de encierros saben un rato, coinciden en lo mismo: hay que diseñar una rutina y vivir el día a día sin pensar en el mañana.

La mía es bien sencilla: desayuno temprano, miro por la ventana, deporte, no hago nada, escribo, comida, siesta, no hago nada, escribo, leo, aplaudo, miro por la ventana, una película, y a la cama. Sencilla y maravillosa cotidianidad a la que me agarro para sobrellevar este trago tan amargo que supone el no poder salir a la calle, al que se suma la inconsolable tristeza de saber que allá fuera los hospitales están colapsados, han muerto 2.700 personas solo en España donde hay 40.000 contagiadas de las que 5.400 son profesionales sanitarios. Ganas de llorar tenemos todos, pero toca aguantar, apoyar en lo que podamos y confiar en que saldremos adelante.

«El desconcierto no ayuda a pensar bien, cuando lo que más necesitamos en este momento es justo lo contrario: la razón contra el caos», asegura hoy en El País el filósofo Emilio Lledó, quien la cuarenta le ha pillado solo en casa con 92 años: «De repente, mi cabeza se ha llenado de recuerdos de la Guerra Civil. Yo era un niño, pero me vienen imágenes muy vivas. La misma inseguridad. Los hábitos del miedo: no salir a la calle, protegerse, ponerse a cubierto.

Sin embargo, aquel era un miedo concreto, sabíamos quién era el enemigo. Este es un miedo abstracto, difuso, extraño. Por eso estamos tan desconcertados. Estoy desconcertado».

Pienso en nuestros ancianos muertos y abandonados en las residencias y se me resquebraja el alma; también cuando leo noticias de Colombia, mi segunda casa, con 306 personas ya infectadas y donde más de tres millones viven en la absoluta pobreza con menos de un euro al día, y constato su fragilidad para responder a esta pavorosa crisis, tanto en el terreno social y económico como en el sanitario.

Un mensaje para los más jóvenes: cuidaos por favor, no sois inmortales.

Una petición para los que tanto critican: usad la mascarilla también en casa.

Un consejo: estar muy pendientes de las noticias psicológicamente mata.

Una confesión: me gusta más Freddy Cole que su hermano Nat.

Una advertencia: no me busquéis cerca cuando todo esto acabe.

Os quiero. Cuidaos.