Qué lejos queda el optimismo de la semana pasada. Quizás sean los quince días de confinamiento que llevamos y la nueva quincena sumada a este encierro, que ya pasan factura. Si empezábamos el #yomequedoencasa con cierta curiosidad, como una especie de reto, retiro familiar o experimento sociológico, a estas alturas puedo decir que la situación me desborda. Son muchas horas atrincherada en un apartamento de menos de sesenta metros cuadrados (da la casualidad de que estamos de obras en casa y nos trasladamos aquí por un tiempo) con un bebé de cinco meses y ni un centímetro de terraza. Las últimas cifras tampoco ayudan, cada vez más contagios y más fallecidos. Lo que se anunciaba como una gripe se ha convertido en una de las mayores crisis de nuestra historia reciente.

Por no hablar de la sensación de irrealidad o ensoñación que me invade todo el tiempo. Vivo encerrada (puedo asegurar que no he salido ni a la compra) con la impresión de que lo que está pasando ahí fuera es una mezcla entre la película Guerra Mundial Z (pero sin Brad Pitt) y las novelas Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago, y Rendición, de Ray Loriga. Y es que todo esto no tiene nada que envidiar al mejor guión de ficción. ¿Quién iba a imaginar a medio planeta encerrado en sus hogares por la amenaza de un virus?

Desde que esto comenzó he intentado seguir una rutina, pero mis expectativas se han visto frustradas una vez más desde que soy madre. Si esta clausura forzosa me hubiese pillado sin retoños me habría servido para poner al día tantas cosas pendientes, pero en mi situación actual no consigo saber en qué día vivo y, lo que es peor, tampoco la hora. Tanto es así que he tenido que pegar en el frigo una hoja para ir marcando el horario de las tomas del 'pequeño ratón' porque las olvidaba o confundía.

Mis días empiezan sobre las siete de la mañana con un bebé enganchado al pecho mientras apuro los últimos minutos de duermevela en la cama. Por suerte, 'el hombre del renacimiento' está sin clases en el instituto y me levanto con el desayuno preparado, algo que agradezco muchísimo pese a que mis cafés, al contrario de lo que necesitaría, son descafeinados. Todos los días me prometo que me ducharé y arreglaré a primera hora para sentirme mejor conmigo misma y que intentaré hacer algo de ejercicio o yoga online con las miles de sesiones que estos días se pueden seguir por Youtube o Instagram. Sin embargo, la realidad es que, en pijama y con coleta, empiezo recogiendo el caos de la noche anterior: cena, biberón nocturno, cambio de pañales? entre sueño y sueño del bebé, eso si duerme y me deja hacer algo. Además, tengo que reconocer que me queda poco maquillaje (no estuve precavida con eso) y como no se considera bien de primera necesidad voy un poco escasa y tengo que racionármelo. ¿Habrá alguna especie de mercado negro donde conseguirlo?

Cada día intentamos programarnos algo nuevo: un día le rapamos el pelo al pequeño (el pobre está pagando nuestro aburrimiento), otro estrenamos la mochila de porteo para estar por casa, al siguiente probamos a introducirle la fruta? y sus baños han pasado a ser diarios porque nos sirven de entretenimiento. Y comiendo más que nunca. Por primera vez en mi vida estoy haciendo cinco comidas, o más. Hemos hecho bizcochos, como medio país, y estamos estrenando útiles de cocina que no sabíamos ni que teníamos.

El mejor momento del día es la vídeollamada con la familia y los amigos, bendita tecnología, que hace menos duro el distanciamiento. También nos reímos mucho cuando mi vecina Inés, un encanto de chica que me cuelga panes y rollos caseros del pomo de la puerta, pincha el himno de España a las 20.00 horas para el aplauso a los sanitarios (y al resto de personas que trabajan para que podamos contar con cierta normalidad) y después se anima con un buen repertorio musical en el que ni un día falta el Ya no puedo más, de Camilo Sesto, que viene a explicar más o menos cómo me siento. De balcón a balcón compartimos algunas risas y olvidamos, por un momento, nuestro confinamiento.

Sé que esto pasará. No sé si saldrá bien, aunque lo espero. Pero vamos a dejar a mucha gente el camino. No puedo ser optimista con eso.