El próximo domingo es 29 de marzo y a mí siempre me hubiese gustado saber tocar el piano. Ahora tengo tiempo para aprenderlo, aunque en mi apartamento no hay instrumentos tan extravagantes. Ni espacio. Llevo marcado el 29 de marzo desde que leí esa fecha en un cuento de Borges. Un relato en el que nadie toca el piano pero Borges tiene el poder de aparecer en aquellos lugares donde no ha sido nombrado.

Aquel día fusilaron a Jaromic Hladík, en 1939. No había en la Praga de los años treinta quien no lo conociera. Le guardaban silla en el mejor café. Disponía de un palco en el teatro. Por el puente Carlos, se quitaban el sombrero al saludarlo... Pero con la invasión alemana todo cambió. Era judío, detalle importante en los tiempos. La sentencia de muerte se firmó de inmediato. Sería fusilado a las nueve de la mañana.

El escritor tenía una pena enorme. En su celda, empezó a rezar, a pesar de no ser creyente. Lo dominaba la angustia. Su último libro, la gran obra por la que hubiese pasado a la posteridad, Los enemigos, aún no estaba acabado. Dejaría este mundo sin culminarlo. Rezó a dios, al hebreo o a cualquiera, ante la dramática situación.

La fila de soldados se dispuso. Una voz alemana dio la orden. Un grito en la mañana. Se dispararon los fusiles. Siempre se preguntó si se escucharía la bala que lo atravesaría. Y cuando va a morir, con los ojos cerrados, las balas se detienen a escasos centímetros de su cuerpo. Dios le concedió la gracia de vivir un año más. De cara a sus verdugos. Al plomo de la muerte. Tuvo todo ese tiempo para acabar su añorada obra. Fue el milagro secreto de Hladík.

Esta historia, que en parte nos está pasando, la ideó Borges en 1943, cuando Praga aún estaba ocupada. El escritor checo vivió todo un año confinado en su propio ser. Su tarea era única: acabar Los enemigos. Escrito el punto y final, la bala lo convertiría en una víctima más.

Hoy todos andamos disfrutando o sufriendo de una prórroga del tiempo. Durará lo que la cuarentena reclame. El virus es nuestro dios, caprichoso y lleno de vanidad. Muchos aprovechan los días para leer. Para escribir ese libro que nunca hubiesen escrito. Para reencontrarse con un hermano, un padre o una madre. Mi amigo Antonio pasa las tardes soñando con ser piloto de avión. El confinamiento nos exige originalidad. Un piano que no tenemos. Vencer al tedio es nuestro milagro secreto. Todos somos Jaromic Hladík, a quienes se nos ha concedido unas semanas de más, fuera de toda vida, sin haber rezado por ello.