Como te dije el otro día, en mi opinión, no vale de nada pedir explicaciones ahora. La situación es de tal gravedad, que ponerse ahora a pedir cabezas, es una temeraria pérdida de tiempo. Es más bien momento de arrimar el hombro y de hacer cada uno su papel, de cumplir con su obligación, como dijo Nelson en Trafalgar. Así saldremos de ésta. Nos va en ello la vida, primero, y la economía, después. Toca luchar para que, a la vuelta de todo esto, no sobrevuele nuestras cabezas una pandemia, pero esta vez económica, que nos mate de hambre a los que no hayamos muerto por coronavirus.

Por lo demás, la gravedad de los hechos habla por sí misma. Clama al cielo, más bien. Las cifras de los fallecidos y de los miles de contagiados, que suma y sigue, son tan tristes que no es necesario interpretar más datos. Y, de verdad, no cambiaba mi pellejo por el de ninguno de los que han intervenido en la pésima y chapucera gestión del coronavirus. Tanto ministro guay y tanto asesor para que, a la hora de la verdad, no valgan para nada. Pero desengáñate, eso no es nuevo. Lo que pasa es que, con el mar en calma, todos somos buenos marineros. Los gestores de lo público, salvo honrosas excepciones, me temo que han sido así siempre. Es verdad que cuesta creer que se equivoquen tanto en tantas cosas. Recuerdo cuando salió Pedro Duque en una de sus comparecencias, diciendo que se habían asesorado de expertos, y que uno de ellos 'venía de Nueva York', como si con eso fuesemos a hacer todos '¡oooh!. Obviamente da igual de dónde venga, si trae la solución. Y a la vista está que el de Nueva York no la trajo.

Yo no querría ser responsable, ni siquiera de canto, de este desastre. De algún modo me recuerda al Desastre de Annual: una catástrofe que, aunque previsible y perfectamente evitable, pilló a las autoridades de la época fumándose un puro. Y no supieron atajarla, por desconocimiento total de la idiosincrasia del conflicto, por un lado, y por mareos burocráticos a la hora de enviar refuerzos, por otro. No sé si te recuerda a algo. Entonces, los que lucharon a brazo partido, y los que batallaron, porque en ningún momento huyeron ni abandonaron su puesto, fueron los valerosos militares que había allí. El ejército español siempre ha sido valiente y arrojado, aunque eso nunca se haya enseñado públicamente. A los que sorprendió el ataque de los moros, se armaron como pudieron, con los pésimos recursos que encontraron al alcance de sus manos, escasísimos también, y totalmente insuficientes para hacer frente a los miles de moros, y de moras, que les atacaban. Esta vez sí es válida la chorrada del lenguaje inclusivo, pero lo es porque entonces los moros atacaban, y las moras, detrás, remataban. Al final, los españoles no tuvieron otra que armarse con su valor. Entre ellos estaba el teniente Flomesta, quien, por cierto, era de Bullas, uno de los héroes de aquel episodio. Si alguien, alguna vez, quiere actualizar el nombre de su avenida, que la llamen Héroes de la Sanidad Española. Son su equivalente actual. Y no hace falta que nombren a los médicos y a las médicas, a los enfermeros y a las enfermeras... La mención a todos ellos es general, porque el valor, el sacrificio personal o la serenidad ante la adversidad, gracias a Dios, no entienden de género.

Pero, aun así, no tengas miedo. La actuación ejemplar y heroica de todo el colectivo sanitario, al pie del cañon a cualquier precio, y tirando de ingenio y de artilugios caseros cuando faltan todos los medios, ha tenido un efecto de arrastre en toda la población que a mí me parece milagroso. Hay un pensamiento de 'todos a una' generalizado, que será lo que nos saque de ésta. Por poner un ejemplo, la cantidad de juegos de sábanas y de cortinas que se han convertido en mascarillas es ya incontable. Demuestra la madurez de una sociedad que ha sabido ponerse en su puesto, sin rechistar y a toda costa, por difícil que sea, lo que da muestra de la talla de los ciudadanos que habitan en este país.

Esta guerra la va a ganar la gente, los que están jugándose la vida sin pensárselo, y los que dan soporte emocional aportando su granito de arena. Los que se han encerrado con los ancianos a resistir la tormenta y los voluntarios que ayudan a sus vecinos. No hay mayor obstáculo que el miedo, eso dice la Madre Teresa de Calcuta. Mientras tengamos la esperanza de que esto pasará, que por ahora nos está dando alas, podremos vencer. ¡Tenemos que seguir así!

En honor a las feministas, no a las femitontas, hay que reconocer que esta guerra la van a ganar la paciencia, la resistencia, el humor en la desgracia, la fe, la lucha, y por encima de todo, la resiliencia. Virtudes todas ellas tradicionalmente femeninas. Y en esto sí que estamos a la altura. ¡Resistid, españoles!

Gracias Concha, gracias Violeta.