Salgo en bicicleta a comprar el pan y el periódico. Cruzo las calles sin mirar los semáforos. No hay coches. Ha llovido. El silencio lo cubre todo. Nunca olvidaremos la visión de las calles desiertas. Las pocas personas que encuentro caminan como si apenas rozaran el suelo. No sabemos qué significa este silencio de vida interrumpida. Es como uno de esos sueños del que despertamos sin hacerle mucho caso, renunciando a entenderlo, para reanudar nuestra vida cotidiana mirando solo el día que tenemos por delante.

¿No os está pasando que están cambiando vuestros sueños? Como la ciudad está ella misma envuelta en el sueño, nuestros sueños se vuelven cada noche más extraños, como si el inconsciente reclamara su imperio. Anoche, por ejemplo, soñé que estaba en una góndola en un canal de Londres y la noche anterior que atravesaba el desierto con un coche a toda velocidad.

La ciudad amanece mojada al margen del calendario y aquí seguimos viviendo en dirección contraria a la primavera. Bajo la lluvia el color de los árboles se apaga, como si las hojas de las jacarandás se escondieran por falta de espectadores. ¿Para qué desperdiciar su belleza si la gente ha desaparecido? Pero necesitamos esa belleza para salir adelante. Aunque proceda de un sueño.

Anoche vimos Desayuno con diamantes (¡cuántas veces se puede ver esta película en una vida!). No recordaba la maravillosa escena de Tiffany’s, cuando Hollly y Fred entran por el simple placer de dejarse acariciar por el esplendor de las cosas y preguntan que podrían comprar que cueste menos de diez dólares. Recorren la tienda como si pasearan por el cielo en un momento pleno de delicadeza, simpatía y dicha de vivir. La imaginación, como los sueños, transforma todo lo que toca y una baratija puede convertirse en un diamante.

Y por un rato nuestra casa se transforma en el apartamento de lujo del East Side al que teníamos planeado ir en abril y nuestras vidas, convertidas en un viaje sin excursiones, recortadas en los momentos previos a las maravillas, recobran la fe de los sueños imposibles.

No importa que todo sea imaginado, o que la alegría dure exactamente un minuto, porque nuestras risas suenan igual. Y aunque ahora vivamos en las escenas desechadas de las películas, podemos hacer de ellas el momento infinito de la espera, como Holly Golightly, que todavía debe andar por ahí con su guitarra llena de lluvia en busca de un hogar que sea como Tiffany’s.