Es la respuesta que el director del periódico italiano Il Corriere della Sera daba a un lector desesperado que veía un apocalipsis en esta pandemia que deja miles y miles de muertos en su país y en todo el planeta.

Que los expertos vaticinen aquí que lo peor está por llegar en estos días en cuanto al número de infectados, pero sobre todo, que tengamos que afrontar una seria amenaza de colapso de hospitales y UCIs, y un oscuro futuro económico, no significa que vayamos a hundirnos como sociedad.

Aunque la imagen más desmoralizante que se nos venga a la cabeza sea la de un país con irremediables vías de agua en su casco mientras los pasajeros corren como pollo sin cabeza por las cubiertas y los pasillos de los camarotes al tiempo que la orquesta ataca los últimos compases, les digo: esto no es el Titanic.

Pertenecemos a una nación que está saliendo reforzada en su identidad aunque le moleste particularmente al señor Torra. Seguimos luchando en el puente y en la sala de calderas convencidos de que el buque no se hunde. Llegará renqueante en unas semanas a puerto y comenzará una costosa y lenta reparación de daños.

Aunque algunos de ellos serán irrecuperables. Los miles de fallecidos que nos dejará la enfermedad y el dolor en sus familias, mortificadas por la imposibilidad de acompañarlos en sus últimos momentos e incluso en el sepelio.

Estoy convencido de que, superados los momentos más críticos vividos desde los tiempos de la Guerra Civil, los españoles haremos balance de este tiempo y llegaremos a la conclusión de que salimos más unidos que nunca.

Cómo no lo vamos a hacer si hasta israelíes y palestinos, enemigos irredentos desde la Declaración de Balfour de 1917, luchan estos días codo con codo contra la expansión del COVID-19 en sus territorios.

Mientras, se nos exige más solidaridad si cabe con los más cercanos. Conoceremos el nombre de nuestros vecinos de rellano de escalera y compartiremos sus angustias y sus necesidades. Estaremos más pendientes de proteger a los más vulnerables. Si trabajamos, nos acercaremos más a los compañeros y sabremos de sus inquietudes y las de sus familias.

Dejaremos de pensar 'en lo mío' para abrirnos 'a lo nuestro'. Siempre habrá alguno que salte por la borda con el último salvavidas. Pero los demás seguiremos a bordo porque este barco de país no va a zozobrar. Ni pensarlo.