Acabo de hablar con mis padres y me han roto el alma de emoción. Mi madre es dependiente en su totalidad, enferma crónica y va en silla de ruedas, tiene 74 años y una demencia que no entiende de virus. Mi padre, cuidador principal, 81 años, agotado de vivir, pero al pie del cañón con ella. Me han llamado a las 19.45 de la tarde, todo está bien, ellos están bien y así me lo trasladan. Preocupados por la situación en Madrid me dicen que me cuide, que no salga de casa y, por supuesto, que coma, que estoy muy flaca. «Vamos a conseguirlo», dice mamá, y un nudo me atraviesa la garganta cuando dice: hija, te dejo porque papá me va a llevar con la silla de ruedas a la ventana para que aplaudamos bien fuerte a todos los sanitarios que nos están ayudando a salir de esta. ¿Cómo se les queda el cuerpo? Porqué a mí empezó a temblarme la barbilla y rompí a llorar sin que ellos se dieran cuenta mientras colgaba. Qué lucidez, joder. Me deja sin palabras.

Manda cojones que mi madre esté más lúcida que muchos que no dejan de hacer el irresponsable. Quédense en su casa, salven vidas.

Trabajó 45 años en el quirófano de maternal de la Arrixaca y me decía que si no estuviera jubilada (ella no tiene conciencia de que está malita) estaría echando un cable en el hospital. No pretendo hacerles llorar; simplemente les cuento mi realidad a quinientos kilómetros de distancia. Lejos de ellos, sin poder tocarlos, cuidarlos, verlos. Con miedo, esperando la llamada por la mañana a primera hora en la que me dicen que están bien, que no hay síntomas y que vamos a por otro día. Envidio a quienes podéis hacer videollamadas con vuestras familias. Oigo sus voces, sé que tiene que ser así, que no puedo verlos y que los tenemos que proteger. Es mi hermano, con mucha tensión, que no me traslada por no preocuparme, el que va una vez al día a llevarles comida y ver que está todo bien. Valorad por favor, valorad lo que de verdad importa.

La vida nos ha puesto un duro examen y quiero pensar que somos conscientes de ello. No tocan caceroladas, ni criticas partidistas, ni ruedas de prensa irresponsables de un vicepresidente con coleta que quiere figurar en esta crisis y pintar algo. O decir las burradas que el señor de Vox Espinosa de los Monteros dijo en la comparecencia para explicar el Estado de Alarma que ni voy a reproducir. No, no toca.

Toca comportarse como Martínez Almeida; en tiempos difíciles es cuando las personas se retratan y no saben lo que me tranquiliza el alcalde de Madrid, al que no voté y al que aplaudo cada día durante esta crisis. Toca salvar vidas, insisto. Y para ello espero que entiendan todos los políticos de nuestro país la importancia de una sanidad pública sin recortes, así como proteger a nuestros mayores. En qué cabeza cabe que estemos sin equipos de protección para los que tienen que cuidarnos, y pidiendo a gritos material para poder atender la mayor crisis sanitaria a la que nos enfrentamos en nuestra historia reciente.

¿Y nuestros mayores? No sé cuantas veces he dicho que vivimos en una sociedad cada vez más envejecida y que son más los enfermos crónicos o en paliativos que necesitan cuidados y atenciones especiales. Es ahora cuando nos echamos las manos a la cabeza porque las residencias de mayores están siendo especialmente atacadas por el puto bicho. ¿De verdad? ¿En qué mundo vivimos? Disculpen mi vehemencia, pero espero que aprendamos algo de todo. Nuestras residencias de mayores, el colectivo más vulnerable de todos, debería haber sido blindado, disponer de dispuestos protocolos de excepcionalidad ante situaciones que pensamos que nunca van a suceder y que sólo pasan en las pelis de J. J. Abrahams; pero no, esto no es una película, es la puta vida real que nos está sacudiendo desde el salón de nuestras casas, alejados de los que queremos, sin contacto, solos e impotentes.

Permítanme que diga que no estamos preparados, que vivimos la cultura del egoísmo, que hace días que muchas cosas dejaron de hacerme gracia, que no es tiempo de caceroladas, que es tiempo de salvar vidas. No seamos irresponsables, ni azoteas, ni salidas a correr haciéndose los tontos, ni leches. Estamos en el principio de esta pesadilla y cuanto más tardemos en hacer caso a las normas, más tarde saldremos de nuestras casas y, lo peor, el número de personas fallecidas ascenderá.

No quiero amargar la vida a nadie; estoy abriendo mis tripas como intento hacer cada domingo, es mi décimo día encerrada (el duodécimo cuando me lean); estoy sola. Hace dos días decidí quitar la tele y la radio y entro en redes sólo para interactuar con gente a la que aprecio. Estoy en Madrid, ciudad con una situación muy complicada, con una sanidad desbordada donde no hay respiradores para todos los afectados y hay que elegir a quién salvar. ¿Les sigue haciendo gracia? Porque a mí ninguna.

Hablemos de héroes, no de villanos: J. M. Alejandre trabaja en Mercadona, lleva días sin ver a sus hijos, dando lo mejor de sí para que no falte de nada, agotado, expuesto a gente cada día, me escribe dándome ánimos, afrontando esta pesadilla con fuerza, admirable. Rosa se blinda en su bata blanca como puede se protege para acudir a la Arrixaca cada día a dar lo mejor de ella, y les garantizo que la conozco y está dando el trescientos por mil. Alicia, de refuerzo en el Suap de San Andrés, en atención primaria al pie del cañón. La limpiadora de mi edificio, a la que oí ayer en la escalera y abrí la puerta sabiendo que estaba en el piso de abajo para darle las gracias y mucho ánimo. O la chica de ayuntamiento de Madrid que ayer barría las calles del barrio y nos sonreímos con la mirada, al cruzarnos cuando bajé en el silencio de la hora de la comida a comprar.

Quiero pensar que vamos aprender de todo esto, quiero pensar que cuando volvamos a salir a la calle no nos comerá la rutina y nos olvidaremos enseguida de lo ocurrido. Quiero pensar que podemos ser mucho mejores de lo que somos y entender la importancia de la conciencia social, la empatía y desterrar de nuestra vida la cultura del egoísmo.

Quienes me conocen dicen que soy una intensa, y lo soy; hace mucho tiempo que no siento miedo a decir te quiero o a tocar y abrazar a todos aquellos que tengo cerca, la vida son detalles, pequeñas caricias que ahora más que nunca anhelo y sé que ustedes también. Qué importante el contacto ¿verdad? No saben lo que sueño con el olor de los míos o largos abrazos de amigos, sin tener que decir nada. Todo volverá, no lo dudemos, pero tenemos un examen muy duro aún por delante. Tengamos mucha paciencia, si están acompañados valoren y aunque sea difícil mantengan la sonrisa. Padres y madres que conozco y admiro sacan su creatividad y lo mejor de ellos para que los más peques vivan estos días con el menor de los traumas, Cris, Pablo, Conchita, Isra o mi hermano y mi cuñada? A todos, ¡ánimo!

Mientras llega el momento del reencuentro, los besos se aplazan no se cancelan. (Esta frase no es mía, no todo es malo en estos días en las redes).

Un día más

Un día menos.

#TodoVaASalirBien #YoMeQuedoEnCasa.