Si hace un par de semanas os hablaba de miedo, del miedo a enfrentarse sola y por primera vez a un recién nacido, hoy podemos hablar de pánico e histeria generalizada. Y es que en los últimos días estamos siendo testigos de escenas, medidas y acontecimientos que parecen sacados de una súper producción hollywoodiense de esas en las que Bruce Willis consigue salvar, in extremis, a toda la humanidad. Lo que hace unos meses nos parecía algo muy lejano y que después parecía resistirse a llegar a Murcia, se ha convertido en un problema de carácter global que finalmente ha alcanzado nuestro territorio.

La primera vez que el COVID-19 se cruzaba en mi camino fue con su llegada a Italia. Este mes 'el pequeño ratón' y yo nos lanzábamos a la aventura de compartir un viaje de estudios con el 'hombre del renacimiento' y otros sesenta jóvenes más por algunas de las principales ciudades del país. Y si eso era una locura, hacerlo dadas las circunstancias era una absoluta temeridad. Así que nosotros nos bajamos de ese avión antes de que el desplazamiento se cancelase hace dos semanas.

Cuando los primeros casos de coronavirus alcanzaban España recuerdo que discutía en un grupo con algunas madres la necesidad de cambiar muchas de nuestras costumbres y aplicar la prudencia como valor principal en nuestras relaciones con los demás.

Comentábamos cómo asistíamos atónitas a la necesidad compulsiva de la mayoría de las personas que se cruzaban con un bebé de tocarle las manitas, que en este caso no van al pan sino a su propia boca, y darle besos por toda la cara. Reconozco que es difícil resistirse a sus mofletes pero deberíamos dejar que la sensatez primara sobre ese primer impulso y es que, coronavirus aparte, en nuestras manos y boca es donde mayor número de bacterias y gérmenes alojamos y, sinceramente, no es necesario compartirlos. Incluso hay quienes animan a otros niños con aquello de 'dale un besito'. Y, por el contrario, cuando intentas que cualquiera intime menos con tu pequeñín todavía quedamos de estiradas.

Entiendo que estas reacciones son espontáneas y bien intencionadas pero esta crisis sanitaria ha puesto de manifiesto nuestra generalizada falta de higiene y la necesidad de establecer protocolos sociales de cordialidad y afecto algo más asépticos.

Pese a que desde el primer minuto se ha pedido serenidad y sentido común hemos conseguido, primero, el desabastecimiento de dispensadores de gel desinfectante y mascarillas en las farmacias; para acabar después con las existencias de papel higiénico en los supermercados (que alguien me explique, por favor, la relación entre el virus y los rollos de papel) y, finalmente, de otros tantos productos y alimentos. Sin embargo, y a pesar de otras medidas como la suspensión de las clases y cierre de centros culturales, los primeros seguí viendo mucha gente en bares, supermercados y otro tipo de establecimientos. Más sensatez y menos histeria irracional es lo único que hace falta para luchar contra esta, ya denominada, pandemia.

En cuestión de horas hemos sido testigos de cómo un virus ha paralizado el mundo: cerrando fronteras, confinando territorios? Y aunque la situación es preocupante y es fácil tender al pánico (yo misma estoy experimentando cierta ansiedad), lo mejor de todo es que esta vez no necesitamos héroes, solo depende de nuestro compromiso y responsabilidad social. ¡Ejerzámosla!

#YoMeQuedoEnCasa