Cuarto día en estado de alarma. Me he acostumbrado a la soledad en mi camino al trabajo. Escuchar la cadencia de mi respiración mientras pedaleo y la goma lamiendo el asfalto tiene un efecto casi hipnótico. Las calles vacías ya no atraen mi atención. He dejado de hacerles fotos.

En la jefatura no paramos. Hay muchos policías en la calle. Tenemos algún enfermo, algunos con síntomas leves, otros en cuarentena. Dan un paso a un lado para que otro ocupe rápidamente su lugar. Veo miradas valientes, adivino dientes apretados bajo las mascarillas.

Un policía jubilado me llama al despacho. Se ofrece para ayudar. Es consciente de que su edad le coloca en el grupo de mayor riesgo, pero él no lo menciona por si acaso. Le agradezco el gesto. Su batalla es tan importante como la nuestra, pero debe librarla desde casa.

Los asuntos ordinarios siguen llegando. Robos, estafas, malos tratos. Crisis dentro de la crisis. Se toman denuncias, las investigaciones siguen su curso. La labor asistencial ha crecido mucho y las especialidades se diluyen bajo el color común de los uniformes. El trabajo tiene un ritmo diferente. Los coches patrulla avanzan por las calles despacio, como cetáceos de chapa azul. La ciudad es un decorado vacío por el que de vez en cuando pasa alguien. Me pregunto qué estarán pensando las palomas.

La persona que limpia habitualmente mi despacho se lo toma muy en serio. Sabe que está cuidando de nosotros, que su trabajo es más importante que nunca. Me siento seguro con ella cerca. Me emociona su esfuerzo y se lo agradezco cada día. Una mesa limpia puede evitar que me contagie. Permitirá que pueda seguir encargándome de garantizar que el trabajo continúa. Trataremos de mantener las calles vacías para prevenir contagios. Intentaremos ayudar a nuestros guerreros de batas blancas. Y ellos seguirán sosteniendo el estandarte y mirando a los ojos a la bestia sin parase un momento a pestañear. Cada uno su parte. Todo conectado.

Cadenas cuya resistencia no depende de la dureza de los eslabones, sino de la fuerza con la que estos se abrazan.

Los libros ayudan a escapar un poco de aquí. Me llaman la atención las escenas en que los personajes se tocan, se abrazan o se acarician. Tengo el impulso de advertirles de que tengan mucho cuidado. Pero allí no hay peligro; en el papel el contacto humano es seguro y eterno.

Aquí tenemos suspendido ese tipo de cariño. Sólo suspendido.

Me enorgullece la manera en la que se comporta la gente. Se entiende la importancia de quedarse en casa. Hay algún despistado, pero no son muchos. Recibimos muestras de cariño. Se nota el interés en colaborar, el aprecio por lo que hacemos. Mensajes, aplausos desde las ventanas, gritos de apoyo. Abrazos a distancia.

Vivo en una parte de la ciudad en la que abundan los colegios. Ahora nunca hay niños en la calle. Extraño las mochilas, las caras de sueño, las prisas. Los profesores de mis hijos envían material para que sigan trabajando. Videoconferencias, chats, presentaciones, mensajes de apoyo a sus alumnos. Trabajan con firmeza. Más infantería. Más fuerza.

Leo algo sobre un meteorito que va a pasarnos cerca. Pienso que habría sido noticia en los tiempos en los que había otras noticias. Ahora no. No moleste, por favor. Aquí abajo andamos bastante ocupados.

Paso la mañana del Día del Padre trabajando. Felicito al mío por videoconferencia. Soy felicitado por mis hijos en directo. Comemos en casa, claro. Me acuerdo de toda esa gente que ha tenido que cerrar sus negocios. El ocio tan necesario. La hostelería a la que todo esto ha golpeado de manera brutal.

Echo de menos a la parte de mi familia que vive lejos. Echo de menos el baloncesto. Echo de menos la música en directo. Echo de menos a los amigos. Echo de menos no saber qué voy a hacer mañana. Echo de menos a mis murcianicos llenando las calles a cualquier hora.

Acompaño muchos de mis mensajes con el icono de un brazo musculoso. Apenas lo había usado antes de esta crisis. Ahora se ha convertido en uno de los más utilizados por todos. Un beso y un brazo musculoso eran una combinación absurda antes de todo esto.

Empieza a aparecer alguna noticia esperanzadora. Una posible vacuna contra el virus. Llegará. Sólo hay que ganar tiempo, no bajar la guardia, seguir cuidando unos de otros, aguantar un poco más.

Sigue quedando mucho, pero cada minuto estamos un poco más cerca.

Los pies firmes sobre el terreno.

Ni un paso atrás.

Seguimos.