El sentido común y la responsabilidad colectiva ayudarán y mucho a parar el virus. Pero al final será la ciencia la que le dé la puntilla. Y sin tardar mucho. No lo duden.

Momentos como éste confirman la importancia de la investigación y la ciencia en la historia humana. En la medicina, la física, en la química, en las ciencias de la naturaleza, la humanidad se ha preocupado, en paralelo, de lo más grande (el cosmos, las estrellas) a lo más ínfimo: los microorganismos, los neutrinos. Pero también es cierto que los hombres y las mujeres de la ciencia (algunos han terminado en la hoguera) han tenido que ir superando una infame colección de supersticiones y dificultades, muchas veces ancladas en el obscurantismo y en las ansias de poder de los grupos de presión dominantes.

Es bien conocida la dificultad con la que un sector de la academia recibió la teoría de la evolución de Darwin, y simbólica la frase de la mujer de uno de los oponentes de Darwin que afirmó que ojalá no fuera cierta la teoría de que el hombre desciende del simio, pero que en caso de serlo sería preferible que nunca llegara a saberlo todo el mundo.

En ciencia todo es lento, pero normalmente todo es hacia delante.

Actualmente ponemos mucho el acento en que la ciencia trasfiera rápidamente sus descubrimientos a resultados que nos aporten herramientas innovadoras y útiles para la vida, cosa que en cualquier caso no sólo es bueno sino que es imprescindible. Sin embargo hay que entender que la vacuna contra el coronavirus que, sin duda, está al caer, no tendría ninguna opción de existir sin años y años de investigación básica, sin tanto y tanto científico pretérito que trabajaron en conocer el sistema inmune y el funcionamiento de las enfermedades infecciosas.

Tampoco Marconi inventó el telégrafo porque se propusiera inventar el telégrafo, sino porque tanto él como otros investigaron pacientemente durante décadas qué diablos son las ondas y cómo se trasmiten, casi por el gusto de saber cómo se trasmiten y qué diablos son las ondas. Por eso yo defiendo también a ultranza la investigación más básica. Un descubrimiento, por ejemplo, en una nimiedad química de un gen tardará años en convertirse en un conocimiento útil que aflore la posibilidad de curación de alguna terrible enfermedad. Incluso podrá ocurrir que tal descubrimiento no arroje aparentemente ninguna utilidad práctica, pero lo que sí es claro es que dará paso a otro descubrimiento, y a otro más, o a un experimento de contraste, o a una nueva técnica investigadora, o a una nueva idea para que otro equipo científico enfoque el asunto desde mejor ángulo, o a tantas otras cosas que hacen que cada grano aportado por la ciencia vaya haciendo cada vez más grande la montaña de ingentes conocimientos que nos hacen la vida más llevadera.

Por eso, desde ya y cuando salgamos de ésta, pidamos muchos más recursos para la ciencia. Será la mejor forma de seguir afrontando el futuro.