Si están leyendo estas líneas en papel, probablemente el momento más feliz de su día haya sido ir a comprar el periódico que sostiene ahora en sus manos. Si es esta la versión online, bienvenido a un nuevo día de confinamiento en su casa. Uno más es, siempre e inexcusablemente, uno menos.

Hace apenas diez días el Gobierno de la nación en pleno asistía a una manifestación de cientos de miles de personas. En un momento en el que Italia estaba en índices de contagio superiores a los que hoy tenemos en España, alguna mente pensante decidió que nuestras fronteras debían ser especialmente resistentes al virus (teoría inmunológica marca de la casa Ortega Smith), y que incentivar a miles de mujeres a contagiarse era una extraordinaria idea. Ese excelso pensamiento no debió salir del mismo cerebro privilegiado que mantuvo la convocatoria de Vox en Vistalegre, o del acto nazi en Perpignan con todos los independentistas de uno y otro lado de la frontera.

Dicen los estadistas del momento que no es hora de buscar culpables, sino de arrimar el hombro. Los mismos que en tiempos del ébola montaron una manifestación y jornadas de llanto colectivo por sacrificar a un perro que podía transmitir una enfermedad verdaderamente mortal. Esos, ahora, son los que nos reclaman a los demás lealtad con el Estado y las instituciones.

No voy a dedicar más que un breve párrafo a decir que la poca vergüenza de muchos miembros del Gobierno de España, obviando toda cuarentena posible mientras decretaban el confinamiento masivo que usted y yo estamos sufriendo; o la pésima gestión que ha provocado una ratio de contagio que ya es peor que en cualquier otra parte del mundo, merece que cuando acabe esta crisis dimitan todos en bloque y nos pidan perdón a los españoles por su manifiesta falta de capacidad y liderazgo en el peor momento que hemos vivido como nación en el último siglo. Los reproches podrán venir cuando corresponda, pero nosotros, al contrario que ellos, sabemos que aún no toca.

Lo que podemos exigir ahora es responsabilidad. No a ellos, que ya darán cuenta en su momento, sino a nosotros mismos. Que seamos conscientes cada día de que el contagio a personas de menos de 50 años probablemente no nos genere más que un resfriado algo molesto, pero la transmisión que podemos provocar a los mayores y enfermos sí puede poner en serio peligro sus vidas. No convertirnos en portadores es nuestra principal responsabilidad durante esta etapa.

La molestia que implica estar dos meses confinado en casa sin salir (¿hay alguien que aún crea que hasta mayo vamos a poder retomar nuestras vidas?) no es nada con el perjuicio que miles de familias y autónomos tendrán que soportar después de la crisis. Un paro peor que el que hayamos visto nunca, una recesión sin paliativos. Eso es lo que tendremos que afrontar cuando por fin frenemos la curva.

Pero hasta entonces, con independencia de lo que venga y de lo mucho o poco que nos cueste superarlo, quédense en casa. Por usted, por su familia, por la sanidad pública, por la pronta apertura de su bar favorito o por España.

Por lo que sea, pero quédense. El riesgo de no hacerlo puede ser su propia vida.