Ahora que todos nos sentimos un poco Gregor Samsa conviene mirarnos cada cierto tiempo al espejo, observarnos la cara, comprobar que las manos y los pies siguen ahí. El joven de 23 años, tras un 'sueño intranquilo', se convirtió en un 'monstruoso insecto'. No se especifica si aquel bicho que había poseído su cuerpo era un escarabajo, una cucaracha o un aliado del coronavirus que llena las portadas de nuestros periódicos. Las formas en las que el miedo se muestra ante nuestros ojos es múltiple. La manera de enfrentarlo es única, sin embargo.

La obra de Kafka traspasa el siglo XX y nos enseña que dentro de cada individuo hay un insecto, un ser desgraciado y abominable que puede despertar en cualquier momento. Al protagonista de La metamorfosis le tocó un día de diciembre, antes de Navidad. A nosotros nos ha visitado el bicho a principios de marzo, aunque algunos ya decían que a febrero le estaban cortando la barba.

El confinamiento de Gregorio Samsa es doble. Por un lado, es obligado a no salir de su cuarto; su familia lo rechaza, avergonzada por el devenir de su cuerpo. Pero su condena va más allá. El joven ha mutado a un insecto. Está atrapado en un cuerpo que no le corresponde y que le es ajeno. Es el insecto del que todo el mundo huye. Se ha materializado en una plaga. Ya ha dejado de ser humano y por lo tanto no hay compasión en los demás. Su confinamiento es doloroso en la medida en la que, asilándolo, se salva a los demás. Es el peligro.

A veces abandona su habitación para recorrer el pasillo de su casa en secreto. Como los intrépidos habitantes de mi comunidad que veo desde mi ventana saliendo a la calle con un perro de peluche o un carrito de la compra sin alimentos que guardar, ahora que ya le han quitado las peluquerías.

Miles de teorías acercan la soledad de Gregor Samsa a todas y cada una de las corrientes existenciales que se han sucedido. A grandes nombres y manuales extensos en páginas e ideas. Yo hoy soy algo más austero y no aspiro a la totalidad. Me siento un poco Gregor Samsa, esforzándome cada mañana por abrir los ojos y no tener caparazón, por que mis piernas sigan siendo dos y mis manos aún puedan escribir estas líneas. Por no ser barrido con la escoba cuando todo esto acabe.