Es pronto para asegurarlo, pero de esta crisis del coronavirus puede salir otro país. No en vano el editorial de La Vanguardia del sábado 14, titulado «El Gobierno va a por todas» escribía: «El estado de alarma viene a ser un interrogante dirigido a todos sobre el patriotismo del siglo XXI».

Son momentos de especial sensibilidad. Los excesos, y los defectos, se pagan. Hay liderazgos que pueden salir reforzados y otros seriamente perjudicados. Síganle la pista al alcalde de Madrid, Martínez Almeida. Su bando a los jóvenes del otro día, advirtiéndoles que no estaban en periodo de vacaciones ni de botellón, instándoles a quedarse en casa por responsabilidad, impactaron tanto como su desmarque de las autoridades de su partido, el Popular, que trataban de sacar algún rédito de oposición a la crisis actual.

Y atentos también al movimiento de la flamante líder de Ciudadanos, Inés Arrimadas, que se ofrece para apoyar los Presupuestos Generales del Estado, dada la situación de crisis. No vale la pena especular sobre si Albert Rivera lo hubiera hecho. Ella sí y acaso con su gesto abra un camino de reconciliación con su electorado huido. Puede ser un buen comienzo el romper el seguidismo a Vox y al PP nacional.

Pero la crisis tiene también efectos de orgullo de pertenencia. Aunque no siempre bien tratada por los Gobiernos respectivos, nuestra Sanidad es de las mejores del mundo como acreditan, por si hiciera falta, tantos médicos españoles dirigiendo hospitales de referencia en Estados Unidos y en el Reino Unido. La iniciativa ciudadana de salir a aplaudir a las ventanas a las diez de la noche como homenaje al esfuerzo y al riesgo personal de los trabajadores sanitarios es conmovedora emocionalmente. Pero, además, confirma el análisis del sociólogo Michel Wieviorka, de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París: «La epidemia puede suscitar nuevas formas, renovadas o reforzadas, de ciudadanía». Y advierte que ya se analizará la incidencia que tiene en esta rápida difusión del virus la alimentación y la higiene que practicamos, el consumo de ciertos animales y la movilidad que significa el turismo, o las peregrinaciones religiosas masivas. Ese debate ya es imparable.

Los presidentes de Cataluña y del País Vasco estiman que el decreto ley de alarma del Gobierno de Pedro Sánchez es como aplicar el artículo 155. Puede ser y de ahí los retrasos, por prudencia y tacto legislativo, en sacarlo. El asunto novedoso es que muchos ciudadanos, incluidos catalanes y vascos nacionalistas, no leen en eso una cuestión de identidad, afortunadamente, sino de eficacia. «Aquí hace falta desde hace tiempo que alguien en la política sea valiente para unificar el mando en época de crisis», estima el doctor Jesús Sánchez Martos, catedrático de Salud Pública que fue consejero de Sanidad en la Comunidad de Madrid. Sostiene Sánchez Martos que no tiene sentido que unas Comunidades declaren obligatorias unas vacunas y otras opten por vacunación distinta. Y aboga por una unificación del mando sanitario en España para ganar eficacia, no solo en crisis. Debate de fondo y polémico ese porque supone recentralización; pero, entretanto, que se unifique el mando en tiempos de crisis como estos y que se ejerza con acierto y autoridad.

Ese es el reto: Sánchez puede salir de esto reforzado o malherido.