La increíble fuerza del turismo como motor económico globalizado, como sector mundial de importancia estratégica e incluso como fenómeno sociológico contemporáneo, se muestra también en la forma en la que es capaz de resentirse en las crisis internacionales.

El miedo global incide de forma aguda en la manera en que las personas se plantean su necesidad de viajar por ocio. Ahora el coronavirus lo muestra bien a las claras. Pero también atentados terroristas, crisis de refugiados, inestabilidad política o desastres naturales son temores que asaltan a los turistas cuando éstos deben tomar una decisión sobre dónde y cómo disfrutar de sus vacaciones. Cuando algunos de estos sucesos, sanitarios o de seguridad, se globaliza, entonces el turismo funciona como un perfecto indicador del estado sociológico planetario y de la geopolítica del miedo.

En una encuesta reciente realizada en la World Travel Market de Londres, citada por la revista Hosteltur, la mayor preocupación mostrada por los turistas es el riesgo terrorista. Tras los atentados en ciudades como Manchester, Londres y Barcelona, el 52% de los viajeros mostraron en la encuesta preocupación respecto a la posibilidad de sufrir un atentado mientras estuvieran de viaje. Sin embargo, estoy convencido de que esta psicología del miedo es desproporcionada. La ínfima posibilidad real de sufrir un atentado mientras estás de turista no tiene nada que ver con el miedo a que ocurra. Pero así somos las personas. En una situación de miedo, el cerebro humano tiende a exagerar las amenazas. El miedo nos hace ser más pesimistas respecto al futuro y genera sentimientos de desconfianza hacia 'los otros' y en particular hacia todo lo que suene a 'extranjero', precisamente las virtudes y las fortalezas del turismo.

Lo más habitual, en situaciones alejadas de pandemia o guerras mundiales, es que los temores del viajero no frenen completamente la demanda de viajes al extranjero, pero sí que contribuyan a alterar y desviar los flujos turísticos internacionales, en beneficio de unos destinos y en detrimento de otros. Lo vimos recientemente con las revueltas de las primaveras árabes que conllevaron un desplazamiento neto del mercado desde esos países a los del mediterráneo, entre los que nosotros nos encontramos como involuntarios beneficiarios.

La actual crisis del COVID-19 ataca de lleno a la gran baza del turismo: la curiosidad por conocer y disfrutar lugares lejanos y el contacto transnacional entre la gente. Es evidente que una pandemia que llama al aislamiento no es el mejor escenario para el turismo. Por eso los datos del sector en estos tiempos de crisis sanitaria internacional nos dan cuenta de un parón muy importante con el consiguiente quebranto económico para toda la larga cadena de empresas y empleados que forman parte del hecho del viaje.

Pero descuiden, la crisis pasará y el turismo seguirá siendo la magnífica fuente económica, cultural y lúdica que siempre ha sido. Seguramente, además, de forma reforzada.