Miren, aquí debería haber puesto 'escabroso tema', pero por dar látigo al del tabú, digo que para mí el sexo no tiene nada de escabroso, tan solo que se usa mal o bien, o con mejor o peor gusto o tacto, o con conocimiento o sin conocimiento, o con discreción o sin ella, o con amor o con violencia, o con sabiduría o con ignorancia, o se hace bello o se convierte en feo, pero nunca diré lo de escabroso; y que cada cual (incluido el del tabú) piense lo que quiera.

En lo que sí creo es en que el sexo, en los seres humanos (y doy por hecho que los humanos somos humanos) reside en la cabeza, en la mente de las personas. Yo pienso que la sexualidad no está en el bajombligo, sino en la azotea, arriba, y que sexo y seso conviven en la misma casa, aunque habiten, solo aparentemente, en habitaciones diferentes. Se me dirá que, entonces, el instinto? ¿ andestá el instinto? Pues por ahí, esturreado por todo el cuerpo, en zonas más o menos sensibles, como por ejemplo, los ojos o la nariz; sí, la nariz (pregunten a las feromonas) y otros órganos. Lo que pasa es que en un animal no humano la respuesta física es casi que inmediata, automática, ya que su capacidad racional es más instintiva que mental. Su organismo le pide baile y la primera pareja que pilla se la lleva a la pista. Ha de satisfacer su exigencia orgánica a través del poder de su instinto.

Pero en los humanos esa exigencia, esa petición del organismo, ha de pasar por un filtro intelectual y selectivo: el de la mente. Así que lo que llamamos sexo va y conferencia con su vecino el seso, y ver si puede, y cómo puede, satisfacer su instinto, que ha sido despertado por vaya usted a saber qué. Y aquí suele plantearse, por lo general, una de dos opciones: o el sujeto es un cenutrio (más animal que humano), un cerril que acude a la violencia o a formas grosera de buscarse la pareja (de ahí viene lo de aparearse), o busca con su inteligencia la manera de conseguirlo civilizadamente, el cortejo, la conquista, el enamoramiento o el simple y mutuo convencimiento y simple y mutuo consentimiento. Y si, como suele ser en la mayoría de los casos, las negociaciones no llegan a buen efecto o las posibilidades son cero, pues nada, el instinto, como buen perro educado que debe ser, se queda sin hueso y con el rabo entre las piernas, y al organismo que lo ha despertado, ahora toca cantarle una nana.

Por eso que no se puede hablar de sexo sin hablar de seso. No en nuestro caso, al menos. Es más que sabido que el sexo estricto es una imposición de la naturaleza para la conservación de las especies. Algo tan poco romántico como eso. Nada tiene que hacer San Valentín en esto. Un mecanismo concreto de supervivencia, por poco sugerente que esto suene. Pero es así. Lo que pasa es que algo o alguien dispuso que fuera placentero por puñetera necesidad y casi por obligación (al menos, que la medicina sepa bien, se dijo quien fuera) para que el fin, el de la vida, se cumpliera como un reloj, sin demasiados inconvenientes. Este dispositivo en el hombre primitivo cumplió su función divinamente, como en cualquier otra especie animal. Sin problemas. Pero cuando el hombre evolucionó mentalmente, más que una función meramente reproductora, se convirtió en algo más gratificante que eso. Lo suficiente como para ejercer una atracción, si bien que ya selectiva. No ya solo física, orgánica e instintiva, si no también mental, intelectual, y, por lo tanto, racional.

Y aquí estamos y hasta aquí llegamos, interlocutores e interlocutoras míos y mías. Otra cosa muy distinta ya al tema, aunque relacionado, es el pegote de lo que llamamos moral. Y con lo de pegote no quiero darle yo una valoración peyorativa, no, ni mucho menos, Yahvé me libre. Lo que quiero decir es que eso es un añadido más postizo que natural. Son unas normas sociales, un reglamento, un manual de buen uso, tanto para eso del sexo como para otras cosas mucho más importantes. Pero no existe La Moral. Existen tantas morales como culturas hay, cada cual la suya. Y la nuestra, judeocristiana por excelencia, se ha pegado como una lapa a la moral del sexo tan fuertemente, que ya es difícil separar un concepto del otro. Pero, bueno, enfín, eso, la moral, es otra película, otro tema, otra historia, y pare usted de contar.