Que en plena epidemia mundial el Gobierno de la nación promueva que los ciudadanos (más específicamente, las ciudadanas) de nuestro país se manifiesten masivamente a favor de una causa compartida por todos es, cuanto menos, irresponsable. Que esperen al día siguiente para declarar la situación de emergencia nacional ya sólo está a la altura de los grandes estadistas que sustituyen ese «nos queremos vivas» del eslogan del 8M por «nos queremos contagiadas». Y sin pudor alguno.

Pero obviando la irresponsabilidad de salud pública que supuso la concentración del domingo, la carencia absoluta de ética y moral de las quinceañeras que abuchearon a las manifestantes de Ciudadanos ya roza el límite de lo tolerable. En estas mismas páginas hemos repetido hasta la saciedad cuán razonable es estar en contra del mundo por sistema cuando uno es adolescente. Contra algo, en general, se vive mejor.

El problema es que las chicas que llamaban fascistas a mujeres como Begoña Villacís, que son madres de familia numerosa al mismo tiempo que empresarias y políticas de éxito, no lo hacen porque hayan entendido que las propuestas de la formación naranja en materia de feminismo chocan tangencialmente con las oportunidades reales de las mujeres para conseguir una igualdad efectiva.

Seguramente, la mayoría de esas chicas que abucheaban a las políticas de Ciudadanos no serían capaces de mencionar ni media medida del partido si les preguntaran por ello. Ya no hablo en materia de igualdad de género, que por supuesto no, sino cualquiera sobre educación, fiscalidad, modelo de Estado o incluso derechos de los animales, que a tenor de las pancartas en defensa de los derechos de las vacas había muchas feministas interesadas en ello.

El drama es que esas niñas odian (porque sus miradas eran, efectivamente, de odio puro) a Ciudadanos porque los adultos en los que se sienten reflejadas les han enseñado que a los adversarios hay que aplastarlos. Que mientras algunos se llenan la boca y la hucha desde Galapagar a costa de la igualdad de las mujeres, las que lo predican con el ejemplo merecen ser expulsadas de la vida pública no vaya a ser que alguna se atreva a señalar con el dedo que lo que reclama el podemismo es humo insostenible y, en el mejor de los casos, una excusa para imponer una agenda ideológica en el que las mujeres tenemos poco o nada que ver.

Nosotras, al menos las que hemos nacido en las últimas décadas del siglo XX, no somos víctimas. No hemos vivido situaciones en las que se nos haya discriminado de manera generalizada por serlo, y en los casos en los que ha ocurrido desde luego ha sido con el mayor de los rechazos sociales posibles para el opresor.

Ciudadanos es un partido con muchos defectos, al menos tantos como los demás. Pero expulsar de una manifestación feminista a la única formación política de España presidida por una mujer, cuyo número dos es otra mujer, es una decisión que poco tiene que ver con la defensa de un colectivo cuya razón de ser es luchar contra el odio de los que nos detestan por existir.

Replicar esa conducta con compañeras no parece la mejor estrategia para conseguir la igualdad efectiva. A menos, claro, que ese no fuera el objetivo.

Pero ése ya es otro tema.