La crónica de los días nos trajo la noticia de dos muertes que nos afligen con igual pesar para quienes vivimos lejos de las servidumbres que lastraron su existencia y sus victorias. Si sus vidas soportaron las cargas que gravaron la prosecución de sus anhelos, su muerte nos obliga a la memoria de sus logros y al reconocimiento de sus méritos, para no olvidar de dónde vinieron y lo que les costó llegar.

La luna al alcance de sus manos. En el país que declaró su independencia proclamando los derechos inalienables a la libertad y la igualdad, la carrera por la búsqueda de la felicidad no situaba a Katherine Johnson en la misma línea de salida. Mujer y negra en un antiguo estado esclavista, nació en Virginia Occidental en 1918, mucho antes de que Martin Luther King soñara con que los hijos de los esclavos y los hijos de los esclavistas se sentarían juntos en la mesa de la fraternidad.

Katherine Johnson egresó en la Universidad Estatal de Virginia Occidental summa cum laude en Matemáticas y Francés a los 18 años. Para quien desconoce el valor de los títulos de una universidad pública norteamericana, tal vez no le resulte indiferente que fuera contratada como matemática en la NASA y que fuera indispensable en el cálculo manual de las trayectorias de vuelo que hoy hacen potentes computadoras.

Quien no ha sufrido la discriminación racial, tal vez piense que si trabajaba con un grupo de mujeres negras que no compartían lavabos con las mujeres blancas, fuese por imposiciones legales de cuota feminista y racial. Debería saber también que John Glenn no subió a la nave espacial que le llevaría a orbitar alrededor de la Tierra si esta mujer negra no aseguraba que los cálculos matemáticos de su vuelo estaban bien hechos. Ella hizo, a mano y sin ordenador, los cálculos para el regreso del Apolo XIII, sí, aquel de Tom Hanks alertando «¡Houston, tenemos un problema!». Cuando Martin Luther King tuvo aquel memorable sueño delante del monumento a Lincoln, la Johnson ya había superado todas sus pesadillas.

El 8 de marzo se rinde homenaje a la mujer trabajadora y tal vez algún despistado piense que es un pequeño éxito de un grupo de feminazis, mas la historia de Katherine Johnson es una razón para el recuerdo de la discriminación de la mujer que ha condenado al ostracismo a tantas que no tuvieron en su cabeza los números que rigen el movimiento de los astros. Para otros, su biografía será prueba de que una mujer superdotada se abrirá camino pese a todas las adversidades, pero eso no es sinónimo de igualdad, pues un hombre mediocre puede llegar sin grandes dificultades hasta las más altas cimas de su propia incompetencia, como ya sabemos por el principio de Peter. Y eso puede ser el gobierno de un país poderoso, como hemos visto recientemente en países que consideramos civilizados, también en empresas multinacionales.

El cielo puede esperar. La discriminación de la mujer no nos debe hacer olvidar otros ostracismos. El de Ernesto Cardenal fue uno de ellos. Al contrario que Katherine, tuvo cuna en una acomodada familia nicaragüense, lo que le evitó algunas falta y le permitió recorrer el mundo dando cumplida cuenta de sus vocaciones. La de poeta le valió más de un reconocimiento y su Oración por Marilyn Monroe muestra una religiosidad poco convencional. Pero era también sacerdote y revolucionario, y eso le valió graves amonestaciones. Tener conciencia en Hispanoamérica implica irrenunciablemente una toma de posición que resulta difícilmente comprendida al otro lado del Atlántico.

La influencia de Estados Unidos repercute en nuestra economía y nuestra vida cotidiana está totalmente contagiada del ‘american way of live’ como una pandemia irremisible. En el viejo mundo, mencionar el comunismo es un estigma que no tiene redención posible, lo que resulta paradójico en una sociedad que vuelve a abrazar el fascismo y el nazismo sin rubor alguno. En Latinoamérica, el vecino del norte quita y pone reyes (allí reciben el nombre de dictadores), a la vez que decide sobre vidas y haciendas. Por eso, la teología de la liberación es algo más que una corriente herética. Y Ernesto Cardenal manifestó su opción preferencial por los pobres. Participó en la revolución sandinista y fue ministro tras la caída del tirano Somoza. Así que el papa Wojtyla, que sufrió en sus propias carnes la persecución estalinista, no podía entender semejante conducta y lo suspendió a divinis, como si eso lo alejara del amor de Dios.

El compromiso de cardenal con la libertad de su pueblo le situó en los últimos años en la oposición a Daniel Ortega. ¡Ah, el compromiso! algo cada vez más difícil de entender en una sociedad occidental, laica, materialista, en la que hemos alcanzado tales grados de libertad que hemos llegado al lado oscuro del individualismo: el egoísmo. La tierra no gira alrededor del sol, sino de cada uno de nosotros. Qué sentido tiene, pues, que me detenga a mirar el sufrimiento de un semejante si tengo a mi alcance mi propia felicidad y ese ser ajeno a mi vida no puede hacer más que estropeármela.

Tal vez Ernesto Cardenal llegara a comprender que la vida del individuo no tiene ningún valor si no forma parte del río de la vida en el que fluye la de todos sus conciudadanos. Su fe le hizo trascenderse a sí mismo y su opción preferencial por los pobres le situó en un mundo donde todo cobra sentido cuando das tu vida por aquellos que necesitan lo que tú ya tienes. Tú no eres libre si no lo son quienes te rodean.

Celebrar el día de la mujer trabajadora es un ejercicio de libertad, pues sumamos la nuestra a otras libertades conquistadas y a las que se deciden en otras batallas no tan lejanas. Al mismo tiempo, debemos mirar a quienes aún están lejos de conseguirla, algunos hombres y millones de mujeres.