La gripe mató en España a 15.000 personas el año pasado, lo que convierte al coronavirus en una anécdota». Quien así se expresa es el geriatra Jesús Cuadrado, en un artículo reciente, intentando así evidenciar que estamos asistiendo, en parte, a un 'circo' mediático, pues en el fondo se está cayendo en un alarmismo que pretende distraer la atención de la gente. Precisamente, estos días, en que miles de personas desesperadas vagan sin destino preciso entre las fronteras de Turquía y Grecia, países que están empleándose contundente y salvajemente para reprimirlas, la población europea, ajena a ese drama humanitario, muestra zozobra por un virus que, al decir de los especialistas, no es sino uno más de los que a diario 'conviven' entre nosotros.

En 2018, un artículo de BBC News daba cuenta de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) fijaba en ocho el número de enfermedades sobre las que, dado su potencial dañino, deberían centrar los científicos su labor investigadora. Empezando por la denominada Enfermedad X, que, de acuerdo con la OMS, representa la consciencia de que un agente patógeno, hoy desconocido, podría causar una epidemia internacional grave.

Curiosamente, ese artículo, de fecha 15 de marzo de 2018, ya situaba entre las enfermedades más letales la que entonces denominaba síndrome respiratorio por coronavirus de Oriente Medio, detectado por primera vez en Arabia Saudita en 2012.

Hay que decir que, actualmente, ya hay en el mundo enfermedades muy graves que están afectando, con mucha mayor virulencia que el coronavirus, a la población. La llamada fiebre hemorrágica del Congo, endémica en África, la zona de los Balcanes, Medio Oriente y Asia muestra una letalidad del 40%; el virus del ébola se muestra letal en el 50% de los casos, al mismo nivel que enfermedad causada por el virus de Marburgo, que se identificó por vez primera en 1967, tras brotes simultáneos en Marburgo y Frankfurt (Alemania) y en Belgrado (Serbia). Por lo demás, la OMS nos advierte que el sarampión ha ocasionado, entre los años 2000 y 2020, un total de 2,1 millones de muertes en todo el mundo.

En comparación con estos datos, la OMS admite que la tasa de letalidad del coronavirus es de entre un 2% y un 4% en la provincia china de Wuhan y de alrededor de un 1% fuera de esa zona.

Oriol Mitjá, especialista en enfermedades infecciosas e investigador del Instituto de Salud Global de Barcelona, opina al respecto que el nuevo coronavirus ha causado alarma porque es nuevo, no porque sea grave, y que, en realidad, no hay riesgo para toda la población. En este sentido, Iván Sanz, responsable científico y de Vigilancia Virológica del Centro Nacional de Gripe de Valladolid y microbiólogo del Hospital Clínico de esa ciudad, opina que siempre se ha dicho que «a los virus no les interesa [sic] ser letales, sino distribuirse mucho y matar poco», pese a lo cual pide 'prudencia' respecto de la letalidad del coronavirus, ya que su incidencia en la población depende en gran medida de la situación sanitaria de los distintos países.

En el fondo, creo que se está propalando una alarma entre la población por parte de poderosas instancias económicas y mediáticas que se está volviendo en contra del propio sistema capitalista. El coronavirus amenaza con paralizar la economía mundial. En este sentido, la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) advierte de la posible reducción a la mitad la tasa de crecimiento mundial, afectando sobre todo a China, casualmente la potencia emergente que le estaba disputando la hegemonía económica a Europa y a EE UU y que ha visto reducir drásticamente la demanda de carbón, lo que ha repercutido en un descenso de la polución.

Las consecuencias negativas en el gigante asiático ya están suponiendo un frenazo importante a la economía mundial, pues el coronavirus, aun con una letalidad baja, se está expandiendo por los cinco continentes y planteando ya serios problemas al crecimiento económico, en forma de cuarentenas, restricciones al movimiento de poblaciones, cierre de actividades industriales y de servicios, etc., de tal manera que se pronostica que, si la epidemia alcanza a muchos países, el PIB mundial no subirá más allá del 1,5%.

El informe de la OCDE apunta, por ello, a una drástica solución: incrementar el gasto público necesario. Además, insta a las empresas a la utilización masiva del teletrabajo y horarios flexibles, y a los Gobiernos a que implementen medidas fiscales y presupuestarias temporales, para amortiguar el impacto de la crisis.

En este complejo escenario, la afectada gravemente es la producción global, por lo que, de consolidarse este marco, podríamos hablar de una recesión total en muchos de los países afectados. En España, muchas pymes empiezan a notar ya una crisis de abastecimiento, con unas existencias muy cortas. Y es que somos muy dependientes de China, país del que depende toda una cadena mundial de distribución de productos finales.

La situación afecta a múltiples sectores, desde el ramo de la automoción, el tecnológico (la suspensión, hace unos días, del Mobile World Congress en Barcelona -aunque quizás por otros motivos inconfesados, que tienen que ver con la alta competencia que estaba planteando la tecnología china a la occidental- es paradigmática en este sentido), las aerolíneas, las cadenas hoteleras, los eventos deportivos, etc.

En el fondo, se está entrando, quizá sin motivos aparentes, en un estado de miedo -por no decir, pánico- colectivo, inducido no sabemos por quiénes y por qué motivos, que, como se ve, está poniendo en cuestión no sólo el ya insostenible modo de producción capitalista, sino la manera en que nos hemos venido relacionando, es decir la forma de ser y estar en este mundo. De pronto, un simple virus, invisible, y quizá por ello temido, ha puesto patas arriba toda la arquitectura tejida por el sistema y evidenciado los límites del planeta. La Humanidad asiste, perpleja, a la necesidad de hacer frente a un enemigo desconocido, pero con su cierta carga de letalidad.

Un virus, uno de los muchos que pueblan la tierra, nos ha declarado la guerra ( bellum, en latín). Por ello, yo me permito cambiarle el nombre: nuestro enemigo invisible es realmente un coronabellum.