No hay que tener miedo ante el coronavirus», dice el español que presume de insensible y machote. «No tengo miedo», le respondo, «tengo angustia, imbécil». Porque el miedo es un sentimiento ante un peligro concreto; en cambio, la angustia es una emoción ante algo menos definido, la angustia es más profunda y, sobre todo, tiene detrás una literatura excelsa. Empezando por la filosofía existencialista: Heidegger la denominó ‘Angst’, en su alemán poético; y le dio por compañera a ‘Sorge’, el cuidado, la cura del Dasein, el cuidado de sí y de los demás, la responsabilidad. (Por cierto, ‘Angst’ y ’Sorge’, dos términos gramaticalmente femeninos).

El español medio, que mira en blanco la tele (ya la televisión es solo en ese color; qué lejos quedaron los tiempos en que era la pantalla en blanco y negro), ha perdido fondo de vocabulario, y llama miedo al estímulo que le hace pensar o le puede producir inquietud. Ansia. ‘Ancia’, que dijo Blas de Otero, uniendo en acrónimo ANsia y concienCIA. El ansia, o ancia, la ansiedad, la inquietud, la incertidumbre o la angustia no son el miedo, por mucho que nos pasen el rodillo semántico en los medios y no sepamos ya mirar en nosotros mismos ni expresar estados de ánimo matizados.

Mientras escribo este artículo (domingo, 8) se sabe ya que en Murcia hay una afectada por el coronavirus. Sobre las 11,30 de la mañana, La 2 de Televisión Española transmite en directo la comparecencia pública del ministro de Sanidad y del doctor Fernando Simón, director del Centro de Emergencias sanitarias.

El doctor Simón, siempre en un tono neutro, anuncia que el sistema sanitario está aún preparado para aguantar ‘la avalancha’ de casos de infectados por el coronavirus que se prevee en próximas semanas. «Bueno», se rectifica, «avalancha no es la palabra».

El ministro Salvador Illa insiste, jura y perjura que hay coordinación entre su ministerio y las Comunidades autónomas.

Mi angustia nace de no creerlos, más aún: de saber que mienten porque no tienen valor para decir la verdad.

El doctor Simón, por un momento, con el término avalancha, se ha salido del argumento político. Él es una autoridad médica, pero hace un desempeño político, en un perfecto feed-back bien ensayado el político se escuda en el experto para no dar la cara directamente, y el experto sigue el guion del político que le ha puesto en tal responsabilidad.

La cosa aún no se ha puesto grave, o como diría el poeta Espronceda, que haya un cadáver más, ¿qué importa al mundo?

Lo que importa son los datos estadísticos a nivel general de España, no de tres o cuatro comunidades; eso sí, hay unas cifras de muertos y afectados que tienen una interpretación cualitativa o cuantitativa, según interese decir. Y, por supuesto, estamos en fase de contención, pero no tomamos medidas de contención (eso no se dice, por supuesto).

El ministro Illa sabe perfectamente que las Comunidades autónomas van adelantándose al ministerio en la toma de medidas contra la diseminación del virus. El ministerio no hace nada para que no lo critiquen y por el miedo a ser tachado de tomar una medida drástica o demasiado drástica, como califica el doctor Simón, ventrilocuando al político Illa, las medidas que ha tomado Italia. Italia, con 6ooo afectados, aquí con 6oo. Pero no pasa nada, porque desconocemos el criterio cualitativo que ha tomado Italia para cerrar su espacio.

El ministro lo sabe, pero tiene que decir lo contrario. No va a a decir que el Estado español no tiene una respuesta común y solidaria para crisis como esta.

La mentira política es tan vieja como la República de Platón. Pero, como Platón dijo, debe ir acompañada de ‘peitho’, de la persuasión retórica; de lo contrario, falla. No produce fe o confianza, sin la cual el rebaño de los creyentes no se siente protegido y, lo que es peor, no siente en sí actuar el fármaco profiláctico de la mentira política. Porque la fe salva o, al menos, protege. Da igual que la fe sea irracional, y da igual su naturaleza, religiosa o política.

Galdós, el maestro y librepensador, del que se cumplen cien de su muerte, afirmaba que la España de su tiempo estaba compuesta en su mayoría por un rebaño de ‘católicos borregos’. Hoy día, la fe en el Papa ha sido sustituida por la fe en Pedro Sánchez, quien ha anunciado, por cierto, que un día de estos dará la cara ante los que le acusan de haber desaparecido en esta crisis del coronavirus; eso sí, dará la cara cuando él lo estime, cuando haya pasado el 8M y la actualidad del virus no le quite protagonismo a su agenda mediática y a la de sus socios de gobierno.