Jurgen Klopp, técnico alemán del Liverpool, es uno de los grandes entrenadores de fútbol actual. También uno de los más desinhibidos e imaginativos. Detrás de esa apariencia de tipo sincero y algo tronado no cuesta encontrar en sus declaraciones a una persona que se expresa con suficiente sensatez.

El otro día un periodista, supongo que deportivo, a propósito de la epidemia de moda, le preguntó qué opinaba del coronavirus y Klopp contestó que no era la persona más indicada para responder a ese tipo de cuestiones. Soy un entrenador de fútbol, «un tipo con gorra y mal afeitado», vino a decir. Explicó que no sabía de esas cosas y que, además, lo que opinase de ellas debería resultar absolutamente irrelevante para el público en general.

Un aplauso para Klopp por distinguirse del resto no entrando en consideraciones sobre lo que desconoce en un momento en que el mundo parece haberse vuelto loco y cualquiera entra el trapo en cualquier asunto del que no sabe nada, ni tiene la suficiente información de él para expresarse con un criterio formado. Y un reproche para el periodista que busca un titular fácil metiéndole los dedos en la boca a alguien que está allí para responder preguntas sobre fútbol, que es de lo que realmente sabe y puede satisfacer un anhelo racional de conocimiento.

Las opiniones de todos sobre todo lo que flota están sobrevaloradas. Eso no quiere decir que cualquiera no pueda opinar de lo que desee, faltaría más, pero sí que habría que salvaguardar el interés de la materia enjuiciada en función de quien la enjuicia. Se dan casos particularmente extremos y un entrenador de fútbol hablando de los efectos de una epidemia que los especialistas de la salud aún están investigando puede ser uno de ellos.