Es justo el momento de abordar la cuestión. Estamos en pleno debate sobre la reforma del Código Penal para meter entre sus renglones el 'sí es sí' o el 'no es no', la verdad es que no me ha quedado muy clara la disyuntiva pero confío en que alguien lo sepa, también para dar un nuevo tratamiento a los golpes de Estado. Respecto de estos, propongo que, cuando alguien perpetre un ataque en toda regla a las instituciones más sagradas de la democracia, se le empapele para averiguar, antes de enfangarse en ulteriores trámites, si se trata de un correligionario progresista o de un enemigo político.

Si se trata de lo primero, el golpe de Estado se rebaja a golpe de pecho con el que el golpista demuestra su contrición de forma piadosa, actitud que le permite ya rezar vagamente el 'yo pecador', como requisito para archivar el sumario, darle un escaño en las Cortes, un aula universitaria y un programa de televisión. Por el contrario, cuando el golpista sea un fementido enemigo del tablero político, se le tratará como lo que es, un forajido que conocerá el rigor de la ergástula durante años y, por supuesto, del oprobio social como anticipo terrenal de la condenación eterna.

El otro delito a incorporar al Código es el del crispador. Este sujeto suele tener aparentes buenas formas porque es conservador y ha sido educado en colegios acreditados pero pronto se advierte su real intención: acabar con logros sociales macerados en el diálogo y otros ritos renovadores. Preciso es andar con cuidado con estos emboscados que tienen vocación de convertirse en cáfila de malhechores, en alijo delictivo.

Y es que recientemente, según informaciones de la policía, se ha descubierto una reunión secreta de crispadores que se hacían pasar por inocentes vendedores de un champú específico para las cabelleras luengas. Despertó sospechas entre los agentes porque se celebraba cerca de la frontera, un lugar que siempre ha sido el punto de encuentro de la herejía con el extravío ideológico. Al intervenirse el material con el que operaban se advirtió rápidamente que de lo que trataban era de desestabilizar al poder constituido con estratagemas variopintas, pero todas siniestras, dedicadas a socavar conquistas aprobadas y en preparación que beneficiaban a las clases más menesterosas, a los parias de la tierra como decíamos en tiempos antañones

Este delito de crispación conocerá una variante agravada cuando concurra además actitud de bloqueo. Es decir, que habrá el tipo simple, el del crispador de andar por las Cortes, asustando y sembrando el desconcierto, y el tipo complejo o agravado que será cuando ese mismo crispador se convierta como digo en bloqueador. Tal ocurrirá cuando deje de actuar en solitario y pase a hacerlo en grupo, acompañado pues de otros infractores sórdidos de la ley. Desde siempre actuar en cuadrilla ha sido considerado como una circunstancia perjudicial a la hora de su castigo. Cuando se advierta premeditación o ensañamiento y no digamos si además se actúa con menosprecio del lugar (pongamos en las cercanías de los ministerios o de sus agencias independientes más destacadas), entonces palo y tente tieso.

También el catastrofista (o arúspice del Apocalipsis) acabará emparedado entre los renglones de un nuevo artículo del Código porque el apocalíptico es un ser furioso sin tratamiento posible.

Más discusión suscita la calificación como delito o como simple infracción del hecho de 'no arrimar el hombro' a la acción del Gobierno coaligado. Los especialistas están divididos entre quienes, inspirados en modelos como el ruso o el chino, desean mano dura con estos desalmados y quienes se contentan con un cachete propinado por un guardia municipal instruido al efecto por el alcalde. Quien me lea tendrá conocimiento de cómo acaba el debate.

Solo cuando estas conductas antipatrióticas estén castigadas por los humanos como ya lo están por los dioses, podremos descansar, empoderarnos y autodeterminarnos.