El Gobierno fusión todavía no ha empezado y ya está haciendo un pan como unas hostias. Un pan aplastado y duro con dos clases de harina que no mezlan bien, no siempre por razones estrictamente ideológicas y sí por cuestiones propias del sectarismo o del fulanismo, como es el caso de la actual ministra de Igualdad y la anterior, la vicepresidenta Carmen Calvo. Montero y Calvo se han declarado la guerra feminista, la primera con un anteproyecto plagado de lagunas legales propio de alguien que desconoce el Derecho, como se han apresurado a decir los socios socialistas, la segunda aprovechando el error de principiante indocumentada de su compañera podemita para reivindicarse como la reina destronada de la causa.

Todo ello, claro, no le hacen ninguna gracia a Pedro Sánchez que cree que este tipo de disputas, en medio de un Gobierno híbrido que lucha por seguir siéndolo, no hacen más que poner en peligro su supervivencia. Para él no existe otro objetivo a corto, medio y largo plazo que mantenerse en la Moncloa, no está poniendo en evidencia su credibilidad día día, diciendo y desdiciéndose, colmando a los independentias y sentándose a la mesa con Torra, para que luego Montero y Calvo se enzarcen en una discusión estéril o unos le pisen a otros la manguera. Total, qué más da si la reforma de los delitos sexuales que plantea la ministra de Igualdad rebaja en dos años y medio las condenas de los violadores. ¿Qué es eso comparado con un cuatrienio subido a la ola?

Las fricciones, sin embargo, seguirán. La ley del 'solo sí es sí' ha sido humillada y negada, Moncloa ha excluido a Podemos de la gestión del coronavirus y los socios de Sánchez porfían para investigar a Juan Carlos I en el Congreso. Tocan a rebato en esta legislatura de todos contra todos.