Nunca un presidente había dejado tanto espacio en blanco en su agenda pública. Un elemental seguimiento de la misma nos permite contabilizar una media de dos actos al día, habitualmente por las mañanas, y casi siempre de tipo protocolario y en ambientes y entornos políticamente cómodos. A estas alturas ni siquiera ha completado la ronda de entrevistas con los alcaldes de la Región. Es probable que exista otra agenda oculta que contenga los apuntes de su esforzada entrega a los asuntos de la Región, pero la desconocemos y, en todo caso, a la vista de sus resultados de gestión, debe resultar, si existe, muy improductiva. Avanzamos hacia el primer aniversario del experimento de Gobierno PP-Cs con el apoyo quisquilloso de Vox, y todavía carecemos de un marco que explique qué políticas pretenden desarrollar si no es la de atender improvisadamente a las incidencias que van surgiendo sobre la marcha, muchas de ellas derivadas de gestiones anteriores igualmente contemplativas.

El papel del pacto inicial de Gobierno entre las dos formaciones políticas que se sientan a la Mesa del Consejo está más mojado que los papiros del Prometeo liberado de Esquilo. No se ha desarrollado ni un solo punto de los que suscribían aquellas decenas de folios, y menos la primera parte relativa a medidas de regeneración política e impulso democrático, tal vez porque Ciudadanos, vista su deriva, no se muestra decidido a exigir para otros lo que en su interior no practica, como estamos observando en el proceso de relevo en su liderazgo nacional.

Fernando López Miras está muy atento al desarrollo de los acontecimientos en Ciudadanos, ya que a pesar de que todo conduce a suponer que sus socios no darán un giro, ni siquiera en la Región de Murcia como experiencia piloto, no las tiene todas consigo. Desde que dirige el PP murciano ha perdido todas las elecciones (y se han celebrado unas cuantas), unas superado por el PSOE y otras por Vox, pero ha tenido la suerte de que contra pronóstico se ha mantenido en el cargo gracias a la estrategia suicida de Ciudadanos, y teme que antes o después éste proceda al desalojo. Más molesto que Ciudadanos se le aparece Vox, un partido imprevisible con el que no es fácil mantener acuerdos, pues suele varias las condiciones cuando parece domado. Entre Ciudadanos y Vox va de cabeza, al menos hasta que el BORM publique los Presupuestos: no se fía de la estabilidad que le proporcionan y sospecha que podrían darse cambios de estrategia en algún momento de la legislatura que tendrían su cabeza como trofeo. En limitar esa perspectiva, su consejero de Presidencia, Javier Celdrán, echa horas extraordinarias con la consejera Portavoz, Ana Martínez Vidal (Cs), y se reza para que ésta adquiera la batuta de la dirección regional en la encrucijada de los idus de marzo. Pero Cs es un cuerpo político en demolición en el que las posiciones personales vienen pesando más bien poco. Un día de éstos les puede dar un repente en Madrid y salir por Antequera.

Pero ya digo que no solo es Cs el vértice que tiene a López Miras sin vivir en él. Sus allegados afirman que sufre más de la parte de Vox, pues mientras aquél parece un grupo en declive, éste podría lograr, como ya ha hecho, el sorpasso. El propio secretario general, Teodoro García, convocó después de las alecciones generales a los agricultores de la zona del Mar Menor para informarse de viva voz del avance extraordinario que Vox tuvo en esa franja, y recibió algunos testimonios muy esclarecedores acerca de la falta de liderazgo social ente ellos del presidente autonómico.

Ese es el cerco infernal que sufre López Miras: cualquier intento por parte de Cs de recuperar su identidad política choca de frente con la irreductibilidad de Vox, y esa es una balanza difícil de equilibrar. El problema real de López Miras no es Pedro Sánchez, sino los lances en derredor de su presidencia entre Cs y Vox. Buscar la concordia entre ambos en aspectos básicos es lo único que facilita la estabilidad del Gobierno liderado por el PP, lo cual requiere de habilidades y mesuras, así como de que Cs se pliegue y, en consecuencia, se inmole. Se trata, pues, de templar y resistir, resistir y templar. Así ¿hasta cuándo?

Hay otro frente, el interno. López Miras tiene bien embridado el partido, ya que en la mayoría de los enclaves dispone de los peones promovidos entre su antecesor y mentor Pedro Antonio Sánchez y él mismo. Hay calvas en esa estructura de poder, como la de Archena y otras, pero en general el partido está en el puño de los afines a López Miras. A miembros de la generación anterior, que no dudan en difundir su malestar, no solo por haber sido bruscamente apartados, sino por la indiferencia con que son atendidos, les he escuchado referirse al nuevo poder que representa el actual presidente como 'las juventudes hitlerianas', sin duda una construcción desmesurada, pero ilustrativa acerca del cariño que le tienen.

El resultado electoral, a pesar de la firmeza de su poder interno, impuso a López Miras la necesidad de reforzar su figura mediante la convocatoria de un congreso, pero la irrupción del Mar Menor como perla de la gestión popular histórica y presente lo llevó a retrasar la convocatoria, a la espera de un momento político menos agitado. Pareció amagar con llamar a cónclave cuando creía tener dibujado un esquema de agravios del Gobierno central para dirigir el debate contra éste y pasar de puntillas sobre las causas de la decadencia electoral de su partido: anunció que llamaría a la militancia a un congreso para 'defender a la Región de Pedro Sánchez'. Sin embargo, el adelanto electoral en el País Vasco parece haber roto de nuevo sus planes para la reentronización, pues en fase electoral los asuntos internos de los partidos se mantienen aquietados. Será tal vez para antes del verano, ya pasado el primer aniversario de la nada.

Mientras tanto, el sector empresarial de la Región empieza a dar señales en el espacio público de un runrún de descontento que en el privado alcanza cotas clamorosas. A algunos hay que oírlos. El encasquillamiento, no por previsible ya irritante, del discurso oficial acerca de que el Gobierno central es el responsable de todos los males de esta Región, pasados, presentes y futuros, ha empezado a preocupar hasta a quienes coinciden en simpatizar cero patatero con Pedro Sánchez. La queja permanente por la parálisis propia, la evidencia de que no solo los avances son indetectables sino que cunden más los retrocesos, y el intento de construcción del 'enemigo exterior' que desvíe la atención de la responsabilidad de las frustraciones son fórmulas consoladoras para explicar la inacción, pero no engañan a nadie. Lo que se espera de un Gobierno es que exhiba habilidades para sortear inconvenientes que no son necesariamente caprichosos del presidente nacional de turno, sino estructurales, es decir, están relacionados con la falta de peso político de los dirigentes regionales.

Es penoso que el presidente exhiba su irritación en defensa de la portavoz del Gobierno aduciendo que hay un intento de ridiculizarla cuando esto resulta innecesario, dada su voluntaria colaboración en tal empresa. Que pregunte en la propia consejería de Sanidad cómo ha sentado que se desperdicie la oportunidad de mostrar que funcionan los protocolos en la contención del coronavirus para adjudicar esa bendición al retraso en la llegada del Ave por decisión del malvado Sánchez, argumento que, incluso si pudiera ser tomado en serio, a la vez expresa implícitamente que el aeropuerto es un fracaso, pues ni siquiera es capaz de conectarnos con la epidemia.

El ridículo no es más que una hiperinflación de la torpeza. El propio presidente permitió que se filtrara que los nuevos Presupuestos de la Comunidad incluirán la subida de su sueldo la misma semana en que protestaba por el hecho de que el Gobierno central se haría cargo del pago a proveedores, ya que su Administración no alcanza a hacerlo en plazos razonables. Es justo que el presidente gane lo que tenga que ganar, pero si la empresa que le satisface el sueldo no puede pagar a quienes le suministran materiales y servicios, parece poco lógico que el máximo responsable del Consejo de Administración se contenga en sus aspiraciones de incrementar la remuneración propia.

Vemos que el presidente tiene un discurso monotemático que expresa incluso, con cierta descortesía, en espacios a los que es invitado en su condición de presidente de todos los murcianos. Vemos que no tiene otro pretexto para los reveses de su Administración que la 'manía a los murcianos' del presidente nacional. Y vemos que tampoco es que precisamente se afane de manera visible con la mostración de una agenda repleta de encomiendas y deberes. Y a su vera, el Gobierno está exento de reprís, los mayoría de los consejeros carece de perfil, muchos de los equipos están conformados por personas sin otro currículo que el político, en muchos casos de un oportunismo zigzagueante, y las escasas figuras que ya contaban con prestigio y consideración social externos, permanecen sumergidas o anuladas, condicionadas al vuelo bajo. La suma de azul y naranja ha acabado verdoseando y la estructura administrativa resultante es un laberinto. Por si fuera poco, la Asamblea Regional, espacio de control e impulso, languidece entre la inactividad controlada, la pompa teatral y cierta solemnidad friki.

La Región se le está yendo de las manos a este grupo de aficionados que no se han visto en otra.