La elección de presidente de la Conferencia Episcopal ha revelado, de nuevo, cómo funciona el poder en la Iglesia, y este es el problema central: que en la Iglesia existan estructuras de poder, como en el mundo, ese mundo del que deberíamos alejarnos, ese mundo criticado justamente por poner los intereses de facciones por encima del Bien común, ese mundo que avanza a pie firme hacia la inhumanidad.

No, nuestro reino no debería ser como los de este mundo, por eso nuestras formas de acción deberían alejarse de las formas de acción del mundo. Ha sido elegido un nuevo presidente, el cardenal Omella, por lo que me congratulo, es un hombre cercano, preocupado por los pobres y muy solícito, pero la elección muestra que en la Iglesia siguen funcionando las estructuras de poder como siempre; ayer y hoy.

Cuando Rouco Varela, hombre tradicionalista y profundamente conservador en todos los aspectos, fue entronizado, supuso la victoria definitiva en España de una forma de ver la Iglesia acorde con Roma. El poder se ejerció desde la Conferencia Episcopal y la Nunciatura para poner a la Iglesia española en línea con el pontificado de entonces. Los nombramientos episcopales tenían un corte claramente reaccionario, primando la alineación ideológica con Roma a las necesidades pastorales de las diócesis. Se iniciaron procesos de condena de teólogos españoles que, por lo demás, causaron irrisión en el ámbito académico, pues liliputienses teológicos pretendían poner en solfa a los teólogos más renombrados de España, con cuyas lecturas nos hemos formado todos y los únicos con repercusión internacional. La Iglesia española, además, se embarcó en un proyecto de oposición política a los gobiernos considerados no amigos, poniendo las bases para una identificación social con la extrema derecha y obteniendo, como reacción, la oposición de una parte importante de la sociedad.

Hoy vemos que la elección de la presidencia de la Conferencia Episcopal se ha realizado realineando a la Iglesia española con Roma, porque se hacía insostenible que no fuera así, pero eso demuestra que nada ha cambiado en la forma de ejercer el poder, hoy como ayer. Se hacía necesario que en España no tuviéramos unos obispos en disonancia con el actual pontificado, pero eso se ha producido como siempre: jugando con la política que oficialmente denostamos, siendo hobsianos y aplicando el manual de Maquiavelo. Muchos obispos seguirán la línea del Vaticano con convencimiento; la mayoría, sin embargo, lo harán por pura y simple obediencia, porque si hubiera un cambio radical en Roma se alinearían con él sin ningún problema. Por eso, el inconveniente no son estos u otros obispos, este u otro Papa, el problema es que se sigue entendiendo la relación y estructura eclesial como un ejercicio del poder, cuando en el evangelio el poder es el anticristo mismo. La vuelta al ministerio, que es un servicio, es lo único que llevará a la Iglesia al evangelio. Muchos entre el episcopado saben esto y lo intentarán poner en práctica, pero solo una conversión estructural de la Iglesia lo llevará a cabo.