El jurista Gayo es uno de esos personajes oscuros de la Historia de cuya vida personal apenas sabemos nada a pesar de haber influido de manera notoria en el curso del pasado. Según los especialistas, Gayo fue un profesor de Derecho que vivió en el siglo II después de Cristo en alguna provincia oriental del Imperio Romano. Sólo conocemos su praenomen (o nombre propio) y no aparece citado ni por los juristas ni por los historiadores de su época. Ello ha alimentado una leyenda sobre su vida que incluso sugiere que podría ser una mujer ( Gaya). La única imagen de este personaje que existe en el mundo es una estatua situada en el convento de las Salesas de Madrid (sede del Tribunal Supremo), totalmente inventada.

A lo largo de los mil años que duró la civilización romana en Europa debieron de existir cientos de juristas como Gayo que enseñarían los principios del Derecho Romano en escuelas de provincias y cuyo nombre borró el tiempo, sin embargo, nuestro amigo perduró debido, como siempre, a azares del destino, ya que escribió un breve manual para estudiantes donde recogía y sistematizaba las reglas de los juristas romanos que debió de popularizarse en las escuelas jurídicas. Tanto éxito debió de tener, que el emperador Justiniano, cuando ordenó recopilar el Derecho romano en el siglo VI dC, incluyó en el Digesto (colección de frases y sentencias de los juristas clásicos) muchos textos escritos por Gayo.

Además, las instituciones de Justiniano (temario oficial de la carrera de Derecho) están profundamente influidas por el texto de este modesto profesor. A ello se juntó otra casualidad: en el siglo XVIII se encontró en la Biblioteca Capitular de Verona un texto del siglo IX que ocultaba una escritura anterior que había sido borrada del pergamino para reutilizar el material. En el siglo XIX, el historiador Niebuhr fue capaz de revelar el texto utilizando reactivos químicos, descubriendo una copia casi completa de las Instituciones de Gayo, el humilde manual de un modesto profesor de Derecho de provincias. El hallazgo es colosal si tenemos en cuenta que más del 90% de los textos de Derecho Romano que conocemos proceden de la compilación justinianea y el libro de Gayo nos permite contrastarlos y conocer el Derecho muchos siglos antes de que Justiniano lo recogiera y, en algunos casos, lo manipulara.

Todos sabemos que los romanos eran unos machistas de tomo y lomo. En general, todos los pueblos de la antigüedad lo eran, aunque cada civilización y cada época tuvo una consideración diferente sobre las relaciones hombre/mujer. Lo cierto es que hasta el siglo XX, y en el marco de los derechos humanos, no se plantea la civilización occidental la igualdad de derechos para ambos sexos.

Los romanos estaban muy lejos de los postulados filosóficos que hicieron posible el feminismo. Eran tan asquerosamente machistas que consideraban a la mujer un ser poco menos que discapacitado, afectado de infirmitas, imbecilitas, levitas animi? por eso los juristas romanos propugnaban que cuando una mujer cometía un delito debía ser castigada con menos dureza que un hombre, porque su natural idiocia le impedía discernir el bien del mal. También les prohibió el Senado avalar a sus novios o esposos en operaciones de crédito, porque todos sabían que las mujeres podían ser engañadas con más facilidad. Del mismo modo, las mujeres mayores, viudas o huérfanas, debían tener un tutor que les aconsejara a la hora de firmar contratos de cierta trascendencia porque las consideraban 'consumidoras vulnerables'.

Pero la sociedad romana supo evolucionar a lo largo de sus más de mil años de historia, y las mujeres fueron ganando cotas de poder e independencia frente a los hombres. A finales de la república había manifestaciones de mujeres y su participación en la vida pública era cada vez más patente. Ya lo decía Catón el censor con amargura: «En el futuro veremos gobiernos de mujeres y cuando las mujeres sean iguales a los hombres, serán más que los hombres». Augusto trató de frenar el proceso de emancipación de la mujer, pero fue imparable.

Ciento cincuenta años después de que el primer emperador intentara imponer a los romanos un modelo de sociedad tradicional, nuestro amigo Gayo afirma en sus Instituciones que los antiguos quisieron proteger a las mujeres impidiéndoles hacer ciertos negocios porque las consideraban 'el sexo débil', e incluso les obligaron a tener un tutor para realizar contratos. Está claro, afirma Gayo, que quien dijo que las mujeres son más débiles que los hombres, no conoce a las mujeres, pues «en nuestro tiempo», prosigue, «comercian y realizan toda clase de actos jurídicos igual que nosotros». Estaba claro que los romanos habían comprendido que una mujer adulta es un ser humano tan libre e independiente como un varón, y que no necesita tutelas de nadie que le proteja 'por su bien'.