El Gobierno regional emprende una nueva estrategia de fomento de la lectura. ‘Me leo encima’ fue el lema, provocador y un puntito burdo, de la anterior camapaña; ‘libréate’, reza en más moderada forma, el nuevo señuelo. A mí me sucede con el fomento de la lectura lo que a Dahrendorf con la participación ciudadana; decía el politólogo germano que está bien fomentar que la gente vote, pero que democracias muy robustas se mantienen con altos índices de abstención.

Es más, añadía, la participación masiva, como en Alemania, es indicador de que el personal anda soliviantado. ¿No serían altísimos índices de lectura una cosa como anómala y preocupante? La lectura ofrece sus beneficios, pero yo conozco a mucha gente que navega bien por el mundo sin necesidad de tocar un libro. De hecho, constituyendo la lectura una actividad de índole solitaria y meditabunda, tal vez debieran dirigirse los esfuerzos de la Administración a contener el ansia de letra impresa de quienes dan muestras de excesivo ardor literario. ¿Se ha investigado la relación entre el hábito lector y la melancolía aguda? El libro, para colmo, puede servir para excusarse de pensar por uno mismo.

Hay quien ha afirmado que la lectura no constituye un vicio, pero tampoco una virtud. Es sabido que una misma costumbre puede configurarse como virtud o como vicio dependiendo de la asiduidad. Dicen quienes entienden de cuestiones médicas que no hay más diferencia entre una droga, un fármaco y un veneno que la dosis. Tal vez no constituya el déficit en lectura un mal mayor del que constituye su exceso. Y, sin embargo, la lectura tiene muy buena prensa; sigue nimbando a la lectura un aura de romanticismo e intelectual alteza que no alcanza al ajedrez o a los sudokus, por mencionar dos actividades que requieren de enérgica ejercitación neuronal.

John Waters, polifacético artista norteamericano, disponía de su propia campaña de fomento de la lectura: «Si vas a casa de alguien y no tiene libros, no te lo folles». No creo que se pueda aspirar a mayor efectividad: ¿quién se arriesgaría a perder un buen polvo por no atesorar unos cuantos libros, aunque sea en edición de bolsillo? ¡Declaremos infollables a los bibliófobos! No obstante, la afirmación de Waters, tomada en su contexto, no denota soberbia de lector patológico o afán de inocular un vicio oneroso, sino que se trata de incitar a nuestro potencial compañero de intimidades a que se asome a otros mundos antes de franquearle la puerta al nuestro: «No les permitas explorarte hasta que hayan explorado los secretos universos de los libros. No les permitas conectar contigo hasta que hayan caminado por las líneas de los libros. Los libros están chulos; si tienes que abstenerte de alguien un poco para que se percate de ello, hazlo». Diferir la carnalidad como señuelo para introducir al posible socio de catre en los espacios librescos: si eso no funciona, yo ya no sé.

Llevan años los filósofos dándole vueltas a la cuestión de si la lectura de obras de ficción brinda genuino conocimiento. De los libros de historia y de los ensayos se aprende, pero no está la cosa tan clara respecto a las novelas y los relatos. Es posible que de una novela se pueda aprender lo mismo que de una historia verídica, porque la diferencia entre la (buena) novela y la historia verídica es ciertamente baladí: esta última ha tenido lugar en el espacio y en el tiempo. No obstante, admitamos que si la motivación es adquirir conocimiento, no lee uno novelas: ahí están los ensayos, los libros de texto, la divulgación científica. Y, sin embargo, aquí seguimos, sedientos de historias, aun cuando imaginarias. Cuán misterioso este inveterado gusto por las fabulaciones.

Mi aplauso hacia las iniciativas de fomento de la lectura se basa en razones puramente egoístas: encuentro con cierta facilidad temas de conversación comunes con quienes leen. En España, y en la Región, parece que cada vez se lee más: dicen las estadísticas que seis de cada diez españoles (también los murcianos) leen en su tiempo libre. No sé, no sé. La cadena de televisión más vista continúa siendo Telecinco.

García Lorca se descolgó con un discurso jabonoso con ocasión de la inauguración de la biblioteca pública de Fuente Vaqueros, su pueblo natal. Corría 1931. «¡Libros! ¡Libros! Hace aquí una palabra mágica que equivale a decir: ‘amor, amor’», declamó el autor andaluz. A mí esto de hacer equivalentes libros y amor me suena a hipérbole; un libro nos ofrece calidez en la misma medida en que nos aleja de nuestros congéneres y nos sume en un espacio muy denso y muy recóndito. Y es que la gente se pone muy campanuda con esto de la lectura. A ver si lo que van a querer es follar.