El catálogo de frases de nuestras madres es inagotable. Siempre tienen preparada la advertencia o la llamada de atención adecuada como un mantra que nos repiten una y otra vez y que se transmiten de unas a otras como si formaran parte de un grupo de elegidas para darnos lecciones de vida, para educarnos. Y gracias a Dios que es así, porque, si no fuera por nuestras madres, el mundo sería mucho peor.

Uno de esos lemas maternos de los que no se libra ningún buen hijo que se precie es aquel que dice: «Solo sabes copiar las cosas malas». ¿No me digan que no lo han escuchado mil veces de la boca de sus madres? ¿O de la boca de sus esposas hacia sus hijos? Es sabiduría popular que se transmite de generación en generación y que siempre es necesaria para formar a los hombres y mujeres del mañana. Y resalto esto último, porque si nos repitiéramos a nosotros mismos las frases que nos decían y aún nos dicen nuestras madres una y otra vez, no cometeríamos el error, entre muchos otros, de querer copiar solo las cosas malas de los demás.

Resulta que esta semana en la que vamos de susto tras susto con el coronavirus, nos cuelan así, como quien no quiere la cosa, como en un segundo plano ante la epidemia que todo lo arrasa, que las constructoras recuperan su propuesta de fijar peajes en las autovías del Estado a razón de nueve céntimos el kilómetro. El principal argumento que esgrimen es que la inmensa mayoría de los países europeos avanzados ya cuentan con estos peajes en las carreteras principales de su red viaria y casi que nos tachan de atrasados por el hecho de que nosotros, de momento, nos libremos de semejante ‘metida de mano’ a nuestros bolsillos. Lo más indignante es que incluso se permiten aludir a la necesidad de dotar de espacios verdes nuestro entorno para exprimir nuestros traslados por carretera, lo que me parece de una total hipocresía, porque ¿acaso las grandes constructoras y concesionarias son unos angelitos que nada contaminan? Tremendo.

Quiero pensar que un Gobierno que presume por activa y por pasiva de ponerse del lado de los más necesitados frente a las grandes fortunas no será capaz de consentir semejante diseminación, porque lo único que conseguirían con este nuevo impuesto de las autovías sería dejar atrapados en sus lugares de origen a miles y miles de ciudadanos, que ya se las ven crudas tan solo para llenar el depósito. No es ninguna broma que el que tiene que viajar de Cartagena a Murcia y regresar para dormir tenga que desembolsar cada día cerca de nueve euros, que es lo que costará el trayecto de ida y vuelta en caso de que prospere la medida propuesta por estas grandes empresas, a las que les duelen poco los bolsillos de los demás. Y, encima, se permiten decir que el debate sobre este peaje es ‘difícil y sensible’, pero ‘sano’. ¿Sanooo? ¿Para quién?

Una cosa es que seamos europeos y otra muy distinta que tengamos que ser todos iguales y hacer todos lo mismo, sobre todo cuando se trata de copiar las cosas malas. Vamos, que solo le falta a nuestra industria turística, mermada por la mala imagen del Mar Menor, los polvos africanos que promulgamos a los cuatro vientos y la amenaza de un coronavirus que nos respeta por estas tierras, al menos de momento, que le inyectemos otro patógeno en forma de un peaje que lastre la buena salud de nuestro turismo nacional, porque a los madrileños les costaría venir en coche por autovía casi cuarenta euros. Y para volver, otros cuarenta, que bien podrían gastarse en nuestros hoteles, terrazas y museos.

A lo mejor es que las grandes empresas de este país temen que el nuevo Gobierno se cebe con ellas y quieren minimizar las pérdidas, o más bien la caída de sus ganancias, con ideas que nos perjudican a todos. Pobrecillos. Pero que los frenen, por Dios.

Como he empezado hablando de las madres y, dado que mañana se conmemora el Día Internacional de la Mujer, quiero rendirle un homenaje a todas las madres que, como la mía y como muchas de las de ustedes, han sacado adelante a familias enteras, más numerosas que las de ahora, con un trabajo oculto, eficaz y sacrificado al que muchas de las propias mujeres parecen menospreciar hoy en día.

Los tiempos han cambiado mucho y ahora todo es distinto. Pero, al menos, mi madre no ha sido ni una esclava ni una fregona ni una resignada, sino que nos ha criado con todo el amor que ha sabido y ha podido y aún más. Así que vaya desde aquí mi reconocimiento y homenaje a todas las mujeres, a las de hoy, a las de ayer y a las de siempre. Y ojalá que nunca dejen de ser lo que son: Mujeres.