En estos estudios se describe cómo los hombres apenas investigamos en nuestros trayectos y vamos directamente al asunto que ha conducido a la decisión de nuestro desplazamiento. Si salimos de la oficina a comprar tabaco lo hacemos tal como suena: salimos de la oficina, compramos el tabaco y volvemos a la oficina, así como si fuera un mamut al que se persigue de caza Casi con toda seguridad si debemos además comprar el pan volveremos después a salir de la oficina, iremos a comprar el pan y volveremos a la oficina con la inmensa satisfacción del deber cumplido; y entre la oficina y casa es justo eso: una larga acera entre la oficina y casa o más frecuentemente un trayecto en coche con comienzo nítido y final definido.

Mientras, las mujeres trabajan su entorno de modo muy distinto. En alguna forma, inconsciente o consciente, planifican su trayecto y entre su casa y la oficina pasan primero a comprar el pan, se desvían mímimamente por el tabaco, recuerdan el encargo a recoger en la tienda, pasan por el buzón a echar aquella carta, miran un escaparate y toman la decisión de una próxima compra (misteriosamente recordando días después qué y dónde lo habían visto), paran en el banco a sacar dinero y llegan puntualísimas y tan ufanas a la oficina.

En términos energéticos parece que la forma circular de usar la ciudad de las mujeres es enormemente más eficiente que la de los hombres. Ellas extensifican el esfuerzo, nosotros lo intensificamos. Ellas conseguirán más resultados a mismo trayecto, nosotros menos. Ellas explotan su ecosistema con más productividad, nosotros disipamos más energía. Ellas son definitivamente más eficaces, aunque nosotros vayamos por la calle con el paso más rudo y el gesto más decidido.

Por eso las mujeres comprenden mejor el urbanismo que es sensato para nuestras ciudades del siglo XXI, o al menos eso creo.

La ciudad que en serio es investigada, explotada, usada para ir por ella satisfaciendo a la vez las necesidades cotidianas, es decir la ciudad femenina, circular, inteligente, debe ser una ciudad peatonal, con aceras sin interferencias, con conectividad (o sea que cada cinco minutos no te tengas que parar en un semáforo de peatones), en la que se respire, por la que se anda. Debe ser también una ciudad multifuncional que combina los edificios oficiales donde ellas pararán a hacer una gestión, con los comercios donde ya de paso harán la compra y los servicios que a lo mejor han sido el objeto de su desplazamiento.

A los hombres, aunque con la torpeza de no saber usar la ciudad con la habilidad con que ellas lo hacen, tampoco nos da lo mismo. De una ciudad más amable nos beneficiaríamos todos, de un urbanismo más femenino saldríamos todos ganando.