¿Quiere usted votar un documento programático de su partido que le impedirá en el futuro ejercer el derecho al voto para participar en la elección del líder regional?

Esa era, en realidad, la pregunta implícita sobre la que los militantes de Ciudadanos tendrían que haberse pronunciado el pasado fin de semana, días 22 y 23 de febrero. Dado que a quienes todavía pagan diez euros de cuota mensual a esa organización se les supone vecinos cualificados de la polis no cabía sospechar que decidieran amputarse voluntariamente de tan elemental convención democrática.

Los alemanes, salvando muchas distancias, que en los primeros años treinta votaron a un líder providencial no eran conscientes en ese momento de que jamás volverían a votar, pero en pleno siglo XXI no cabía sospechar que los militantes de Cs, que se presenta como partido renovador, transparente y plenamente democrático, acudieran a las urnas con la actitud paradójica de renunciar al derecho de volver a hacerlo.

Francisco Igea, líder de Cs en Castilla-León, que ha conseguido sobrevivir al sistema estructural de manipulación electoral interno de Cs, vio el hueco en el proceso de reformulación estatutaria, y planteó una enmienda al proyecto de la gestora nacional consistente en exigir que a los líderes regionales los elijan los militantes autóctonos, y esto inicialmente sin poner en cuestión el liderazgo nacional de Inés Arrimadas. El aparato de ésta percibió que la iniciativa podría arrastrar a una gran parte de sus simpatizantes, que conformaban una inmensa mayoría de los afiliados. El personal que va quedando en Cs quiere la presidencia de Arrimadas, pero a la vez el derecho a elegir a los dirigentes territoriales, o al menos, como en el caso de la Región de Murcia, a que haya alguien con plena legitimidad y autoridad democrática para conducir el rebaño.

El penúltimo fin de semana de febrero los militantes de Cs no estaban convocados a elegir entre Arrimadas e Igea, sino entre autocracia o democracia, pues el voto se habría de referir a los compromisarios que deberán sancionar el documento programático y organizativo, no a la decisión sobre el liderazgo nacional, relegado para una etapa posterior. A la vista de que la militancia, por el hecho de serlo, no ha de resultar necesariamente tonta, el aparato central temió que la mayoría optara por la propuesta democrática, y acudió a un subterfugio elemental para suspender las elecciones.

Aludieron a un error informático en el sistema de votación telemática, sin dar mayores explicaciones, aun a sabiendas de que todo el mundo sabe que ‘el sistema’ se puede caer en cualquier momento, pero su reparación instantánea es moneda corriente en cualquier empresa. El pretexto que emplearon contenía en sí mismo la revelación del timo.

Pero lo más sorprendente es que nadie ofreciera explicaciones detalladas y convincentes después de haber dejado al conjunto de los militantes a la luna de Valencia, y con la mosca detrás de la oreja, pues llueve sobre mojado en Cs en lo que respecta a la instrumentación del recurso telemático. Más grave es que no se anunciaran dimisiones aun en el caso de que hubiera sido real la patosidad de la empresa contratada para tan delicada función.

Pronto, a lo largo de esta semana, hemos conocido la causa de la suspensión electoral. Se trataba de cruzar, antes de la repetición, el anuncio de la candidatura oficial de Arrimadas, para así conducir a los militantes a la trampa de que votar el documento que los inhabilita democráticamente es un mal menor en favor de dotarse del muy esperado generalato de la catalana, al que ya muchos aspiraban incluso desde antes de que dimitiera el catatónico Albert Rivera.

Léanme los labios en este párrafo: suspendieron las elecciones del pasado fin de semana para celebrarlas en éste, en el que la opción por la democratización interna del partido se solapa con la presentación previa de la candidatura de Arrimadas en el intento de transmitir a los militantes que una cosa es incompatible con la otra. El pasado fin de semana habrían podido perder; en este ganarán de rondón, aunque por si acaso se darán una prórroga de varias horas tras el cierre de las urnas para informar sobre el recuento.

Tanto es el impulso de la nueva líder que ni siquiera ha esperado a mediados de marzo, fecha del congreso de Cs, para pactar con el PP la coalición electoral en el País Vasco, y lo ha hecho sin someterse a alguna nueva estrategia que podría aprobarse en ese cónclave, sino adelantándose al diseño de la misma, como paso previo inevitable de un proceso de absorción por Pablo Casado.

Los llamados ‘críticos’, que el pasado fin de semana no lo eran a Arrimadas, sino a su propuesta organizativa, han caído en la trampa de presentar una alternativa global, de modo que legitiman el voto de este fin de semana a la propuesta estatuaria antidemocrática por ser la que incluye la opción del liderazgo de Arrimadas. Los partidarios de este modelo, a los que en Murcia impulsan los abrigados en las instituciones regionales y locales, justifican que los militantes no tengan derecho a votarlos para evitar el ‘modelo de las baronías’, pero sustituyen la baronía democrática por la baronía puesta a dedo desde Madrid, en un desprecio a la discrecionalidad autonómica que al menos Vox expresa de manera más directa y, como suele ser en su caso, sin complejos.

Los ‘críticos’, liderados por Igea, han cometido el error de presentar candidatura alternativa a Arrimadas, diluyendo así la razón de su propia existencia, basada en la necesidad de un modelo democrático para el funcionamiento interno de Cs. En su día, en Podemos, Íñigo Errejón, resistió la tentación de enfrentarse a Pablo Iglesias en Vistalegre II planteando tan solo una enmienda a la totalidad a la ponencia general, pero no al liderazgo, a sabiendas de que no tenía opción a arrebatárselo. Los partidarios de Igea, que tenían muchas probabilidades de ganar el pasado fin de semana, una vez que el aparato dio el pucherazo de la suspensión para fundir durante esta semana el proyecto de renovación estatutaria prefijado por la gestora con el liderazgo de Arrimadas, quedarán inevitablemente fuera de juego.

De todos modos, el aparato no permanece confiado. En la Región, en particular, han practicado todo tipo de tretas. Son infinitas y de la peor práctica antidemocrática. Sin pretender una jerarquía por orden de importancia, bastará enunciar algunas. Ejemplos.

David Sánchez, miembro de la gestora regional ante el congreso nacional, encabeza la lista de compromisarios de los ‘oficialistas’, de modo que el árbitro juega con uno de los equipos, y cabe preguntarse dónde queda la neutralidad exigida e incluso la confianza en la limpieza del proceso electoral si a él corresponde organizarlo y fiscalizarlo.

¿Neutralidad? Ha difundido abundantemente en redes sociales, así como otros candidatos a compromisarios, todos ubicados de un modo u otro en la Administración, una propuesta de candidatura cerrada de los catorce elegibles, encabezados por él mismo, haciendo creer a los militantes que se trata de candidaturas cerradas, cuando el proceso es plenamente abierto, es decir, contribuyendo a la desinformación.

Una desinformación activa, pues son muchos los militantes que desconocen las condiciones de la votación y solo tienen acceso a lo que difunde este miembro de la gestora y el resto de los candidatos que se proclaman oficialistas, cuyos retratos, rodeados de un perfil naranja, han encartado en un organigrama compacto que identifican con Arrimadas, dando por hecho que votar a otros aspirantes sería hacerlo a la contra de la futura líder, aun cuando no estén encuadrados entre los que se identifican con la opción de Igea.

A pesar de esta devoción por Arrimadas, sorprende que sus valedores murcianos se hayan conformado tan alegremente con la representación que ésta otorgará a la Región en su futura dirección: sólo dos personas, Isabel Franco y Ana Martínez Vidal, ambas miembros del Gobierno regional. ¿En cuántas Comunidades españolas participa Cs en los respectivos Gobiernos?

La respuesta es: Andalucía, Madrid, Castilla-León y Región de Murcia. En esta última, ese partido también gobierna en coalición en las principales ciudades: Murcia, Cartagena y Lorca. Pues bien, ¿parece lógica tan exigua representación en la ejecutiva nacional prevista cuando representantes de otras Comunidades, como la catalana, donde Cs, en parte por la deserción de Arrimadas, dispone de un precario futuro? En Cs Murcia parece que hay un personal muy fácil de conformar aun cuando no recibe recompensa por el poder real aportado al partido, lo cual no les impide ser los más entusiastas valedores de quien los minusvalora. Esto vale también para los llamados ‘críticos’, pues solo dos murcianos aparecen en la ejecutiva virtual de Igea.

Ahí está la clave de la negación a lo que llaman baronías. Mientras en Murcia se exhiba el pulso Franco-Martínez Vidal, en Madrid estarán tranquilos, pues ambas recurrirán a sus respectivos contactos para afianzar sus posiciones, y siempre será el aparato central el que tendrá la última palabra. No habrá, por tanto, un discurso autónomo, de raigambre territorial, influyente. Todo se resuelve intelectualmente en alabanciosos tuits en favor de la gran líder nacional, que es quien reparte sus favores, al margen de lo que pueda considerar mayoritariamente la militancia murciana.

El nivel de análisis desaparece en favor de los intereses particulares. Personalidades como López-Morel, que eran capaces de elaborar un cierto discurso, por mucho que resultara más o menos oportunista o que pareciera jugar a dos barajas, han acabado desertando. Un tipo cabal como el exportavoz regional Miguel Sánchez, aparcado en el Senado, tendrá ahora que soportar en el escaño anexo a Fran Hervías, el tipo que lo fulminó, pues el líder andaluz de Cs, Juan Marín, evitará que vaya al paro como cuota de su pacto de no agresión a Arrimadas.

El valenciano Toni Cantó también se ha plegado al nuevo estatus recibiendo a cambio la cabeza de Argüello, uno de los dirigentes políticamente más siniestros del partido si no fuera superado por su mentor Hervías, y algo le darán mientras Cs pise moqueta. En Murcia, aparatistas apegados a la permanente conspiración como el portavoz municipal Mario Gómez, ponen plazos a su golpe de suerte, siempre relacionado con la caída de sus ‘enemigos’. En ese partido hay un ambiente permanente como de tragedia griega, aunque sin su grandeza.

Cs Murcia se conforma con seguir siendo una franquicia, la imagen contemporánea de lo que fue el sindicato vertical, pero esto es lo conveniente para algunos de quienes acudieron a ese partido a compensar en la gracia de la política las frustraciones de su currículo profesional, por muy brillante que fuera la orla universitaria que lucieran, o a los correpartidos a los que ofrecieron refugio a la vez que apartaban a quienes se venían esforzando en elaborar una opción política diferente que, desde luego, no ha asomado como tal en el tiempo en que vienen gobernando en Murcia. Visto que son capaces de renunciar a su derecho a elegir a sus propios dirigentes, y hacerlo, además, mediante el voto (el último voto) no cabe piedad para tanto desperdicio.

Las elecciones internas de Cs se vienen desarrollando, ayer y hoy, entre la indiferencia general, como ocurrió también con la suspensión del pasado fin de semana, que apenas obtuvo repercusión, esto tal vez porque ya nadie se toma en serio la insolencia de sus trucos de fingimiento democrático o quizá más probablemente porque se trata de un partido que prefiere no mostrar demasiado sus interioridades, visto que se trata de una jaula de grillos, donde anidan el odio y el rencor sin disimulos.

Prueba de la transparencia que alguna vez exigieron a los demás como seña de identidad es que el resultado de las elecciones se conocerá, dicen, en la mañana del lunes, a pesar de que la única urna se cierra a las siete de esta tarde. Y esto, en Murcia, para recontar unas cuantas centenas de votos, divididos entre una urna informática y otra ‘presencial’. Ni siquiera en el país favorito de Carlos Herrera, Somalia, tardarían tanto en facturar el pucherazo.

Y a pesar de todo están acojonados. Por eso hacen lo que hacen.