Aunque ahora mismo el embarazo me parece a años luz (curiosa percepción del tiempo la mía, puesto que hace solo cuatro meses que estaba en ese estado) hay recuerdos y anécdotas que tengo muy presentes y que no me canso de relatar aún a riesgo de quedarme sin amigos, por lo recurrente del tema. Y es que cuando una pareja se encuentra en esa situación parece no hablar de otra cosa. Pues imaginaos cuando en el mismo grupo coinciden dos o tres embarazos. El resto tiene que soportar líneas y líneas de whatsapp que no van con ellos. Y es que a quién, salvo a los futuros papás, le puede interesar saber qué es el tapón mucoso o la línea alba (que nada tiene que ver con la descendencia de la Duquesa).

Pues bien, estas evocaciones y los tres o cuatro kilos de más que aún arrastro me recuerdan lo que fui: una embarazada primeriza. Tan llena de miedos, dudas y preocupaciones como de expectación y asombro por cada uno de los cambios que iba experimentando. Por aquel entonces no sabía nada del tema, salvo lo poco con lo que me había 'quedado' después de los tres alumbramientos de mi hermana, pero es curioso como tras un parto ya te crees una experta en la materia.

Lo de dividirlo en trimestres me pareció muy guay, porque con eso sí estoy familiarizada. Dura exactamente lo que un curso escolar. Y las ecografías vienen a ser los exámenes propios de cada periodo. A decir verdad iba con más miedo a éstas que a las antiguas pruebas escritas. El primero, como en el caso del colegio, empieza siendo una toma de contacto con las presentaciones propias de los primeros días, para después convertirse en un arduo periodo de adaptación, con náuseas incluidas. Aunque es verdad que en mi caso fueron muy pocas. Es también en este momento cuando se les comienza a asignar una curiosa serie de apelativos gastronómicos: garbancito, almendrita? con el objeto de imaginar su tamaño. Para nosotros comenzó siendo nuestra lentejita.

Y aunque es un trimestre con aún pocos cambios físicos, sí que lo es de muchos nervios. Es la primera evaluación la que nos indica, más o menos, cómo podrán ir el resto. La temida ecografía de los doce semanas hizo honor a su nombre y tuvimos que esperar unas cuantas más, a la recuperación, para confirmar que todo estaba correcto.

El segundo ya no entras en mucha de tu ropa y eso a mí me puso de muy mal humor. Además, como la barriga no es demasiado exagerada estás a medio camino entre el eufemismo «te veo recuperada» o la insinuación del embarazo. Y aunque mucha gente no dice nada por no pecar (a quién no le ha pasado alguna vez) lo notas en sus miradas. Yo, por aquel entonces, no le tenía demasiado aprecio a mi nueva figura, me sentía extraña y poco identificada con aquella talla. No paraba de comparar barrigas. Y aunque no había cogido mucho peso (unos 11 en total), lo único que me consolaba era pensar en los más de 20 kilos del embarazo de Paula (Echevarria).

En el tercero me resigné y me apliqué el clásico 'de perdidos al río' intentando marcar silueta 'curvy' con ropa más ajustada. A estas alturas una empieza a correr ultimando los preparativos para la llegada del bebé y asistiendo a las periódicas citas médicas: análisis, pruebas de azúcar, matrona, monitores, ecografías? que no repara en nada. Pero el auténtico drama llegó con el verano. Yo, que había jurado entrar a paritorio en tacones, asistía horrorizada al considerable aumento de mis pies y tobillos, y al cambio obligado del tacón por la cuña. Menos mal que la cosa era ya cuestión de semanas.

E incluso, a unos días de la fecha fijada, insegura y bastante desconfiada me atreví a posar para mi amigo Charlie; reconozco que casi obligada. Y aunque en aquellos días no idealicé mi embarazo (como sé que le ocurre a otras mujeres) confieso que hoy miro esas maravillosas fotos y no me importaría volver a aquella talla.