En Tolstoi o Dostoievski (1959), el ensayo que George Steiner dedicó a dos autores cimeros de la literatura rusa, caracteriza a este último como maestro del drama trágico, heredero tanto de la tragedia griega como de los dramas isabelinos shakespereanos. Tal visión trágica del mundo engendra en el alma de sus personajes la ponzoña, el temblor del miedo, la súbita divagación por los túneles del odio y de la culpa.

Dostoievski pinta en Los hermanos Karamázov una concepción trágica de la vida, unida a la profundidad religiosa encarnada en Aliosha o el padre Zósimav. El sentido de la culpa y de la realidad del mal, de la fuerza redentora del dolor y la convicción de que el hombre realiza con plenitud sus propias posibilidades si no anhela sustituir a Dios instaura en estas obras un aura de trascendencia.

Para Dostoievski, la verdadera realidad emana de la naturaleza espiritual de sus figuras. Los pensamientos de sus personajes no son opiniones, sino irradiaciones de ideas. Sus vidas no son biografías, sino destinos. Los personajes sufren, aman, lloran, odian, sienten dolor o miedo€ En Los hermanos Karamázov, la luz salvífica y la oscuridad demoníaca iluminan el alma de los cuatro hermanos. Aliosha lucha contra la perversidad que le circunda, y aun el tenebroso Smerdiakov, hijo bastardo y resentido, tiene momentos de contemplación del misterio del mundo. Ivan cree en Dios pero niega la creación y así su fe se sume en las cimas de la locura. Dmitri, por último, se eleva a arquetipo de pecador que cree en Dios y en el bien y transforma su disipación en salvación, queriendo expiar la culpa de un delito que no ha cometido, pero que ha anhelado cometer en el subterráneo espacio de su alma. ¿El pensamiento delinque? y sin desvelar la interrogación el lector queda perplejo.

Más en el plano de la acción que en el orden contemplativo, la moral utilitarista de Raskólnikov en Crimen y Castigo le induce a considerar lícito el homicidio de la vieja usurera en beneficio de los pobres explotados. Para Rodia, emblema del superhombre nietzscheano, existe una manera de hacer el bien que, paradójicamente, deriva en destrucción y mal. He aquí su división de los hombres en 'ordinarios' y 'extraordinarios': Licurgo, Solón, Mahoma, Napoleón, etcétera, todos habían sido criminales aunque no fuese más que porque al promulgar leyes nuevas abolían las antiguas. Hegel apuntó que son tres los estadios (espíritu objetivo, subjetivo y absoluto) que jalonan la historia del ser humano para concluir que es en el último donde este logra emanciparse de la naturaleza y es capaz de producir el arte o la filosofía. Hegel creyó ver en Napoleón al espíritu absoluto montado a caballo, igual que Raskólnikov en la confesión ante la piedad de Sonia argumenta: «Yo quería ser un Napoleón». A su juicio, el crimen es una protesta contra la anormalidad del régimen social y, en las cloacas de su pensamiento, se perpetúa el error de la Historia: su materia poblada de monstruosidades y estupideces.

En las atmósferas de Dostoievski el lector respira un aire infecto de dolor, maldad, pecado y sufrimiento. Sin embargo, estos estigmas siembran indefectiblemente una semilla de redención. La hondura espiritual de los personajes conmueve pese a la dudosa moral que rige sus acciones. Como escribió Nietzsche, una de las pruebas de la conciencia de poder en el hombre es el hecho de que pueda reconocer el carácter horrible de las cosas sin una fe final. En efecto, ni Raskólnikov ni tres de los hermanos se redimen de forma completa. Si hay un redimido ese es Aliosha, quien aun con el dolor por la muerte de Iliusha, se salva de la ponzoña de los Karamázov. En el discurso ante la piedra del epílogo, nos conmueven las palabras que, en el entierro de su amigo, dirige a algunos de los muchachos como Kolia antes de separarse para siempre: ¿Por qué y para qué la existencia del mal en el mundo? Tras tanta vileza y crueldad, el final de Los hermanos Karamázov es un canto a la vida que entona el propio Alexei, henchido de amor: «¡Ay, niños, ay, queridos amigos, no temáis la vida! ¡Qué bella es la vida cuando uno hace algo bueno y justo!».

La tragedia estriba en la agudeza de los sentidos para verse tentados por el mal; la redención, en cambio, nace de la tentativa de expiación del pecado por la vía de la bondad. Sin embargo, las contradicciones internas de los personajes dostoievskianos se distancian de toda presunción maniquea. No hay división tajante entre el bien y el mal, y por esa grieta irreparable se filtra de una vez todo el cielo y el infierno.

El corazón humano es paradójico.