La próxima vez que salgan ustedes a la calle (si están leyendo este artículo sentados en una terraza les recomiendo que levanten la vista y lo comprueben), observen lo que calzan las mujeres que pasan a su alrededor. Verán que la mayoría de ellas caminan sobre zapatos planos. Son muchas las que llevan zapatillas de deporte, sobre todo las jóvenes. En poco menos de dos décadas, las mujeres han abandonado los tacones de aguja, incluso los tacones en general, para recorrer el mundo sobre los infinitamente más cómodos y seguros zapatos planos. Esto que puede parecer una banalidad, no lo es en absoluto, pues nos habla del abandono de un canon de belleza y de feminidad (el uso de zapatos de tacón), que hoy se ve relegado, ya que, curiosamente, solo siguen utilizándose en ceremonias muy protocolarias, bodas y bautizos; los usan las reinas, las modelos en las pasarelas (en claro descenso) y? las actrices de las películas porno. Recordemos los 'pies de loto' de las chinas de clase alta, que se extendieron a partir del siglo X al resto de la población por ser considerados muy atractivos para los hombres y garantizar así un buen casamiento. El vendado de pies, como los tacones en menor medida, trae consigo una pérdida de la movilidad que siempre fue exigida a las mujeres; ya saben, «con la pata quebrada y en casa».

Subirse a unos zapatos de tacón es un ejercicio de doma autoinfligida: la que se necesita para supeditar la comodidad, la ligereza y la seguridad al caminar, a las normas de belleza exigidas. Los tacones son como el miriñaque y el corsé que se impusieron a las mujeres del XIX para someterlas a la representación de una feminidad castrante, que tenía en el ángel del hogar su modelo: cintura de avispa, caderas amplias y reproductoras.

Luego vinieron los felices años 20 con sus vestidos holgados, que liberaron a las mujeres de esa esclavitud. La moda nunca fue inocente. La sustitución de los zapatos de tacón por las zapatillas no es solo una revolución estética, sino que desplaza el eje de la representación de la mujer de la pasividad a la actividad y la movilidad sin límites que posibilitan unas deportivas. No se puede hacer la revolución subidas en unas estiletos.

A lo largo de la historia, han sido multitud las formas que la dominación masculina ha inventado para someter a las mujeres interviniendo en sus cuerpos y en su movimiento. Mucho más grave y dramático que los tacones, pero con un significado semejante: hacernos atractivas para los hombres, moldearnos al antojo de sus deseos, vivir para ellos, ha sido y sigue siendo la práctica de la aberrante mutilación genital que sufren las niñas en los treinta países de África, Asia y Oriente medio donde aún se realiza.

Según la OMS y Unicef, más de doscientos millones de mujeres vivas han sufrido la ablación del clítoris, es decir, se han visto privadas del placer sexual porque en algunas culturas se considera que esta mutilación purifica a la mujer, al negarle el acceso al placer.

«Me casé con el hombre equivocado, convencida de que nadie más me querría así, sin clítoris», cuenta Marie-Claire en un artículo reciente sobre el tema, mientras habla de la angustia que, durante el sexo, le provoca el recuerdo opresivo a la cuchilla de su infancia y la vergüenza diaria de la ablación. «Cuando logré reunir fuerzas para superar la infelicidad, también reparé mi cuerpo con una operación de reconstrucción del clítoris. Fue el 7 de diciembre de 2016: mi segunda fecha de nacimiento», añade tras la cirugía reconstructiva que, en Francia financia el sistema de salud.

Prohibida en casi todos los países del mundo, condenada en Europa, este asesinato de la sexualidad femenina expresa bien a las claras el intento del patriarcado más cruel por convertir a las mujeres en objetos que otorguen seguridad y placer a los hombres, secuestrándoles el suyo propio. Paradójicamente, esta práctica traumática la llevan a cabo las abuelas y las madres.

La socialización de las niñas, su ingreso en la colectividad, es tarea de otras mujeres que le imponen lo que ha de ser y hacer. De ahí que sea tan importante y urgente el cambio de mentalidad de las mujeres, garantes de las tradiciones y sometidas a ellas, reproductoras de un orden social que nos secuestra la movilidad y el placer. Como hemos dicho aquí en varias ocasiones, el sistema de dominación patriarcal no afecta solo a los varones, que son quienes se benefician de él, sino al conjunto de la sociedad, y extirparlo de nuestros cerebros es una tarea lenta y difícil, que requiere del esfuerzo de todos.