Por eso me pierdo (e incluso me siento ciertamente incómodo) con la etiquetósis que hoy padecemos, y que parece invadir todos los rincones de la sociedad, y que, ¡cuidado! mucho ojo con el que no ose usarla y extenderla, porque entonces será reo de las peores acusaciones que el moralismo cartelero suele utilizar para ponerte en la picota pública, colgarte el sambenito, y despeñarte desde el humilladero local y que no vuelvas a ser admitido en el actual templo del buenismo. Me cuesta mucho trabajo entender una clasificación gran-hermánica y disectiva como la actual: lesbianas, gays, transexuales, bisexuales, intersexuales, familias parentales, monoparentales, homoparentales, eteroparentales? en vez de una aceptación insertiva y aceptiva, única y simple, elemental y natural, como hacíamos entonces en mi pueblo.

Precisamente, en pueblo llano a eso se la llama 'no hacer distingos', y el etiquetismo, por el contrario, es distinguirlos del resto etiquetándolos. En vez de integrarlos los distinguimos, que es justo el revés de la moneda. Como distintos zánganos de una misma colmena, como especies diferentes de un mismo género humano. Y para hacer aún mayor el distingo, montamos fiestas diferenciales, por y para eso mismo, para diferenciarse del resto, y se proclama a voz en grito (y pobre del que contradiga el sacro principio) que eso se hace justamente para lograr una integración plena en la sociedad (nada más opuesto) y a ver, para que yo, pobre de mí, lo entienda: ¿lo que me dicen es que para integrarnos vamos a diferenciarnos, para unirnos vamos a clasificarnos en tendencias separadas? Desde luego, no encuentro mucha congruencia en ello. Y, además, se hace con espectáculos donde esa diferencia se marca hasta la parodia, y se lleva hasta el patetismo más ridículo, en un paroxismo que empieza, como aquel principio de física, a provocar una fuerza igual de proporcional, desarrollada en sentido contrario. Y más cuando estas demostraciones han sido institucionalizadas a extremos poco defendibles, por no decir poco razonables.

A ver, tal y como se ha tratado este fenómeno (y no vayan a interpretar maliciosamente la definición de fenómeno, que me los veo, y me las veo, venir) es que algo que debería entenderse tan normal y natural como la propia vida, ha sido convertido en fenómeno, puesto que esas manifestaciones autoexcluyentes y fuera de tono, precisamente se afirman y reafirman a sí mismas como tal fenomenología.

Tal y como ha sido esto tratado, repito, lo que se ha conseguido es que aquella tolerancia básica, simple y natural, se haya convertido en una especie de carnaval donde se presume de la diferencialidad que se quiere combatir y no de la igualdad que se quiere conseguir. Y observo otra cosa más: se ha creado un campo de trabajo, nuevo y diferenciado, claro, del cual medra mucha gente. Donde antes todo se aceptaba sin más, tal cual, solo porque 'así son las cosas', hoy abundan cantidad de expertos, especialistas, psicologistas, mediadoristas y conocedoristas del asunto que viven de sus charlas, conferencias, informes, tratamientos, intervenciones y consideraciones varias, alrededor de las ubres del gran hermano Estado. En pocas palabras, se ha creado una mercancía y ha aparecido su correspondiente mercado. No sé si habré sabido explicarlo, disculpen mi torpeza.

Ahora ya solo queda contestarme que, o bien miento, o lo de mi pueblo fue algo tan raro, anómalo y extraño que, si es cierto que existió tal y como yo lo recuerdo y cuento, debió de ser un bulo de extraterrestres, y no una verdad, una certeza. Y que lo debo haber soñado porque nunca hubo un mundo así. Pues vale, si así se empeñan y así se apañan. Pero más bien creo que la persecución y la discriminación quizá se diera mucho, muchísimo más, no lo sé, en las ciudades que en los pueblos. Y puede que se haya aventado un modelo ocultando el otro. Que se haya alzado una bandera de conveniencia negando y escondiendo otra de inconveniencia. O puede que no. Pero yo sí que pienso así.