La semana pasada en Operación Triunfo, ese programa que si tiene diez ediciones le sobran nueve y media, tuvo un nuevo episodio de esquizofrenia social transitoria. Supongo que recuerdan lo que pasó la pasada edición con la letra de Mecano Quédate en Madrid.

Por si tienen la fortuna de no haberse enterado, les explico. Dos aspirantes a cantantes tuvieron que interpretar este clásico de la movida madrileña de los 80, probablemente el segundo mayor alegato de amor del grupo. Al comenzar los ensayos uno de los concursantes se escandalizó con la presencia de la palabra 'mariconez', y no precisamente por la patada a la construcción gramatical de un grupo que, por otro lado, nos ofreció rimas tan profundas como que en Nueva York los jamones son de York.

Entendiendo que la expresión era ofensiva para el colectivo homosexual, feminista y probablemente animalista (porque siempre hay reprimidos más allá de los límites de lo razonable), los aspirantes se negaron a emplear el término alegando que contravenía los límites de su moral. Estos chicos, que han nacido con el 100% de facilidades que pueda haber tenido cualquier mortal en la historia de la humanidad, le dieron lecciones de inclusión y tolerancia hacia el colectivo homosexual a ese grupo que compuso Mujer contra mujer cuando definir públicamente tu orientación sexual sí que suponía un riesgo serio de exclusión social.

En muy resumidas cuentas, se acabaron saliendo con la suya, cantaron la canción sin mencionar la palabra y los quinceañeros del mundo creyeron que habían salvado España de los fachas por no aceptar un término que sólo considera peyorativo aquel para quien ser homosexual sí es un problema. Para los que hemos nacido y crecido libres, ese debate ni existe.

Con la experiencia de lo que ocurrió el año pasado, una nueva aspirante a cantante cuyo nombre ni conozco hizo la semana pasada un alegato brutal en contra de la tauromaquia. Con independencia de nuestra opinión al respecto, y en este caso la mía probablemente esté bastante cerca de la suya, los adolescentes libertadores y sus adultos jaleadores celebraron este alegato en favor de la libertad de expresión por parte de la nueva heroína del mundo libre, cuya honra era básicamente decir lo que todo su público piensa y conseguir un aplauso fácil sin riesgo.

Pero en el mundo libre a veces pasan cosas, y Estrella Morente tuvo a bien acudir a la última gala de Operación Triunfo y sustituir la letra de la canción que iba a interpretar por un poema de alabanza al toreo. Como se pueden imaginar, el caos que se ha formado es tal que el programa ha tenido que salir a pedir disculpas a los ofendiditos.

El gran drama de nuestro país es éste: no queremos libertad de expresión más que para repetir aquello en lo que sabemos que hay consenso buscando transformarlo en un acto heroico como si fuéramos la nota discordante en el disenso. Y cuando alguien se manifiesta verdaderamente libre contra el dogma establecido, le censuramos mediáticamente hasta que la televisión pública pida disculpas por su existencia. Así, por supuesto, vamos en dirección contraria a todo lo que implique progreso.

Lo único bueno es que nos podemos reafirmar en algo que cada día es más evidente: lo único punk que queda en esta vida es ser de derechas.