El Banco Mundial, que no es un brazo armado del capitalismo mundial como pudieran pensar la multitud de ignorantes con el cerebro lavado por la propaganda de la izquierda, sino un instrumento para dar crédito en condiciones privilegiadas a los países pobres, descubrió en un estudio reciente que las ayudas a estos países coincidía con un sospechoso aumento de los saldos de cuentas corrientes opacas en bancos suizos. El objeto del estudio no era establecer relaciones de causa y efecto, solo analizar datos desde el punto de vista estadístico.

Los países occidentales (aquellos que comparten la democracia como sistema político y el capitalismo como estructura económica) hace tiempo que condicionan la ayuda al tercer mundo a unas bases mínimas de transparencia y buen gobierno para asegurarse de que las ingentes cantidades de dinero no se escurran por lo bolsillos de los gobernantes corruptos hacia esas cuentas opacas de oscuros paraísos fiscales. Pero pronto irrumpió China en la ecuación, un país que tiene un plan para dominar el mundo. Y como todo plan coherente que busca tener éxito, las estrategias son diferentes según la parte del mundo al que se dirija el segmento correspondiente del plan.

En concreto, los chinos (generalizo porque sus empresas y su Gobierno son indistinguibles en cuanto al objetivo estratégico de expansión y dominación mundial) utilizan el crédito a los países del tercer mundo para construir (ellos mismos, por supuesto) grandes infraestructuras cuya gestión terminarán apropiándose ante la incapacidad de estos países para devolver los susodichos préstamos. Los chinos también utilizan el poder que les da esta capacidad financiera y la influencia que conlleva para conseguir concesiones mineras en detrimento de las compañías privadas de Occidente, incapaces de competir en un mercado tan opaco, con sus propios Gobiernos presionándoles para que actúen de forma transparente y se abstengan de pagar sobornos.

Los chinos, a los que no les importa la corrupción de sus aliados

Los países del sudeste asiático, África y Sudamérica (los argentinos fantasean estos días que con la ayuda financiera china los librará de lo que ellos perciben como el yugo del endeudamiento con el FMI, lo que en realidad sería como pasar 'de guatemala a guatepeor') están en la órbita de esta estrategia china consistente en prestar dinero a los necesitados para controlar sus comunicaciones estratégicas (puertos, ferrocarriles, aeropuertos y carreteras) y hacerse con la explotación de sus materias primas.

De forma sorprendente, los chinos acaban de hacer una oferta similar al Reino Unido

Pero, dejando aparte la batalla de poder que enfrasca a Estados Unidos y China alrededor del dominio de la tecnología 5G, en la que los norteamericanos han recordado repentinamente que van a necesitar a sus vilipendiados aliados europeos (a buenas horas mangas verdes), el instrumento esencial de los chinos para dominar el continente euroasiático (que constituye el resto del planeta una vez descontados Sudamérica, África y los países anglosajones) es la que se configura como la Nueva Ruta de la Seda, bautizada por los chinos con el confuso nombre de BRI (Belt & Road Initiative). Este megaproyecto, anunciado por el dictador vitalicio de China Xin Jinping de forma solemne en 2013, pone de manifiesto las ambiciones chinas, que ven el continente euroasiático de la misma forma que Monroe veía el continente americano (América para los americanos) en su famosa expresión que justificaba, entre otras cosas, la guerra contra los españoles para expulsarnos de Cuba y Puerto Rico en aras de una interesada por imperialista americanización del continente.

El prestigio de China está en estos últimos tiempos

En China hay muchos chinos, es evidente, y entre ellos hay una minoría inmensa que desearía que el país no tuviera una solo voz, y que esa voz acalle las del resto, como sucede ahora. Ese fue el último deseo expresado por Li Wenliang, un médico de Wuhan que avisó de forma temprana en un chat con otros colegas de la existencia del brote de una enfermedad desconocida, y que se ha convertido en un héroe para muchos y la mejor demostración de que podría existir otra China. Li Wenliang, que falleció por la enfermedad de la que él intentó alertar a la comunidad médica, fue amonestado por la policía China, privado de sus medios de expresión y obligado a retractarse de sus declaraciones, que fueron tachadas de alarmistas por las autoridades. Así es la China de hoy, un imperio de las sombras y la mayor amenaza que se cierne desde Oriente sobre las sociedades abiertas de Occidente.