Los noticiarios anuncian que han muerto diez mujeres en lo que va de año a mano de sus parejas o exparejas. Pero para que el mensaje se entienda hay que decirlo de otra manera, porque el lenguaje es importante: diez mujeres han sido asesinadas por el hecho de ser mujeres. Imaginad que esas muertes se hubieran producido por el coronavirus, imaginad la alarma en todo el país, en todo el continente.

Al igual que el coronavirus, el machismo también se contagia y se propaga como un virus letal que afecta a la mitad de la población, al 51% para ser exactos. Y sus consecuencias son de sobra conocidas.

Ninguna de las mujeres asesinadas en lo que va de año había denunciado amenazas o malos tratos. Esto significa dos cosas: 1) que estaban sufriendo la enfermedad pero no eran capaces de identificar los síntomas, y 2) que no confiaban en el sistema encargado de defenderlas. Tanto para el caso 1) como para el caso 2) está claro que la labor informativa y educativa que se está llevando a cabo es, como poco, insuficiente. Se han realizado estudios (*) que revelan que las mujeres no denuncian por miedo a no ser creídas, por miedo a poner en riesgo a su familia, por miedo a que el sistema judicial no sea capaz de defenderlas, por miedo a volver a casa y ser golpeadas entonces con mayor saña. Este estudio revela asimismo que tardan una media de ocho años (¡ocho años!) en realizar la primera denuncia. Aún carecemos de un sistema que ofrezca garantías a las mujeres cuya vida es una tortura constante.

Lo repetiremos: diez mujeres asesinadas por violencia machista en lo que va de 2020. Una media de ochocientas muertes al año desde que se lleva la estadística. Y aún hay quien niega que tengamos un virus alojado en el sistema. Si se niega una enfermedad como si ésta no existiera sólo se consigue contribuir a su propagación. No hay en todo el planeta ninguna persona con acceso a información que no sepa lo que es el coronavirus y que no le tema, y solo lleva unos meses entre nosotros. Nadie lo pone en cuestión, todo el mundo intenta protegerse contra él. Sin embargo el machismo y sus consecuencias son cuestionados y/o negados muchas veces entre la población general y, lo que es peor, desde instancias oficiales. Cuando desde las administraciones se deberían estar reforzando las políticas contra la violencia machista y priorizando las de igualdad, además de reclamar que la justicia sea más rápida, lo que se hace en las regiones donde gobierna o cogobierna Vox es justamente lo contrario: desmantelar el sistema diseñado para prevenir y paliar esta lacra.

El machismo ha existido siempre pero desde la emergencia de la ultraderecha ese virus ha sufrido una mutación que lo ha hecho mucho más peligroso porque ha logrado que se acantone en las instituciones. Sin ir más lejos, la Junta de Andalucía ha dejado sin fondos al 76% de proyectos de ONG contra la violencia de género y la trata de blancas, una iniciativa que desprecia el peligro de esta amenaza y pone en riesgo vidas de mujeres. Desde las propias instituciones se está liberando el virus para que campe a sus anchas.

En torno a la fecha de las elecciones de abril se pudo ver en redes una pintada de Vox que decía: «Mujeres, vamos a por vosotras». Desgraciadamente comprobamos que no se trata de una amenaza vacía porque se ha materializado en políticas como las que se mencionan en el párrafo anterior, políticas que niegan la existencia de un machismo asesino, como si los asesinatos de mujeres fueran una casualidad, un accidente o una mera desgracia entre tantas otras. El 'a por ellos' da miedo; el 'a por ellas' da más.