Hace muchos años tuve un compañero de trabajo con el que compartí despacho temporalmente. Nos habíamos incorporado a la misma empresa con algunas semanas de diferencia, y mientras nos ubicaban en nuestros respectivos despachos, estuvimos compartiendo una sala de juntas. Él era ingeniero y yo abogado, pero ambos éramos dos chicos jóvenes en nuestro primer trabajo. Era un chaval súper tímido, que no hablaba casi nada y además toleraba pacientemente todos los CDs que yo ponía, sin decir ni pío ni quejarse. Ahora, cada vez que escucho Elton John, le recuerdo.

Con el tiempo dejamos de coincidir más allá de las reuniones que organizaba la empresa, y después yo dejé aquel trabajo, así que no volví a saber de él, hasta que me llamó un antiguo compañero, para decirme que, tras una temporada muy mala que no había podido superar, había volado desde una azotea.

No quiero sacarte la lágrima, pero no dejo de acordarme de él, ahora que se habla de eutanasia. Se oculta el dato de que, en España, cada dos horas y media alguien se suicida. No sé si me has entendido: quiero decir que las muertes por suicidio (es decir, voluntarias) son el doble de las muertes por accidente de tráfico, y ochenta veces más que las muertes por violencia de género. Todo el mundo calla el dato, y tú quieres que yo me haga de corcho cuando oigo que, si queremos cumplir con nuestro deber cívico, hay que convencer a quien no tenga una vida aceptable de que deje de dar follón y se vaya al otro barrio. A ser posible sin hacer ruido y sin manchar nada.

Tomando el ejemplo de mi amigo: si tenía depresión hacía tiempo, a pesar de que era joven y guapo, de que tenía toda la vida por delante y una buena profesión ¿habría que haberle animado a saltar, y tonto el último, porque vivir así no vale la pena? No subestimo en absoluto qué puede suponer para un enfermo, de cualquier tipo, y para su entorno, luchar a brazo partido cada segundo, pero me niego a pensar que la vida deje de serlo porque no nos guste. Parece que hemos olvidado que el sufrimiento forma parte de la vida, y nos falta entereza para hacerle frente.

Mi madre sostenía en casa una teoría según la cual cuando los esquimales sentían que no eran ya necesarios, y que ya habían aportado a su comunidad todo lo que podían, pasaban la noche fuera de su iglú, esperando sencillamente a que el viento helado llevara su espíritu. Pero no somos esquimales, ni nuestras condiciones de vida son extremas, ni ponemos al grupo en peligro cuando ya no somos útiles. Ver la vida desde el punto de vista de la utilidad práctica no me parece el camino. Y desde luego sembrar la idea de que podemos convertirnos en un estorbo me parece, como poco, resbaladizo. Sin devanarme los sesos, apuesto a que son más estorbos los dementes y los pobres que los inteligentes y los ricos. No me hagas seguir.

Yo, en mi casa, tengo dicho, como Serrat, que el día que venga a buscarme la parca empujen al mar mi barca, y que me entierren sin duelo entre la playa y el cielo. Ya saben ellos en qué monte, más alto que el horizonte para tener buena vista. Pero mientras la parca no llegue, que no me quiten ni un segundo de vida. Yo no vivo en días de nadie. Son todos míos. Y no necesito permiso para vivir.