Estoy convencido de que el asunto sobre el que versa el presente artículo es grave y polémico. Grave porque a nadie puede ocultarse que lo que decidan sus señorías en el Congreso de los Diputados respecto a la despenalización de la eutanasia dependerá de que mueran muchas personas al amparo de la Ley. Polémico porque, sobre los aspectos tan profundos en nuestras convicciones acerca del hombre, su vida, su muerte y su destino, es algo trascendente y no resulta indiferente, porque el nacimiento es simplemente la continuación de una vida fuera del vientre de la madre hasta su muerte de forma natural.

Así pues, el problema del aborto y de la eutanasia no es de derechas ni de izquierdas, tampoco es un problema de creyentes o de agnósticos; simplemente es un problema de ética, humanidad, conciencia, justicia, caridad y sentido común. Porque la vida como la muerte son realidades naturales, no definiciones legales y es por ello por lo que en lo que nos ocupa, respecto de una vida nueva o de cuándo se produce o puede producirse una muerte, no es el médico el que debe acudir al legislador, sino al contrario, es éste ultimo el que debe acudir a la ciencia para saber cómo afrontarlo para legislar lo que es una realidad, pues ante una contradicción entre la vida y la muerte real y la vida y la muerte legal, supongo que nadie optaría por la legalidad frente a la realidad natural.

Bien es cierto que las leyes las elabora y aprueba el poder legislativo, pero la persona posee anterioridad natural respecto a la sociedad, de tal manera que sus derechos no le vienen del medio social en el que vive, sino de la condición sustantiva de ser humano. Una demostración de ello es que el 6 de marzo de 1857 el Tribunal Supremo de los Estados Unidos, de conformidad con su Constitución en aquel momento dijo: «Los negros no son personas». De esta forma, su dueño, sobre todo en el Black Friday, podía comprarlos y hacer con ellos lo que se le antojara, todo ello de acuerdo con la Constitución. Pero once años mas tarde, la enmienda 14 de la Constitución garantizaba a todas las gentes de todas las razas todos los derechos a la vida y a la libertad.

Pero, no obstante, hemos llegado a que nuestras Cortes Generales y de hecho así lo van a intentar hacer, puedan legislar sobre la vida y la muerte de los enfermos, ancianos y aquellos que incluso puedan tener disminuidas sus facultades mentales, completando el presagio del que nos hablaba Paul Marx en su obra La ley del dominó. Pues se comienza con el aborto y se termina legalizando la eutanasia. Ya hemos llegado a ese momento.

Porque, en definitiva, el verdadero problema que hoy día afecta a la humanidad no es económico ni sociológico, como bien expresó el profesor Bristol de Nueva York. Es en realidad que la naturaleza mediocre de la sociedad no puede satisfacer toda la gama de la naturaleza espiritual del hombre que plantea exigencias no precisamente mediocres.

Y es por ello por lo que ni la deontología medica ni la Ley pueden transigir con la vida, porque el medico en la mayoría de los casos sabe darla, frecuentemente la sabe prolongar, pero no le corresponde nunca quitarla, por la sencilla razón de que no sabe devolverla.