Se nos ha ido José Luis Cuerda y nos deja un poco más huérfanos a los hijos de un tiempo que no conocerán los siglos venideros. Leyendo los artículos y obituarios observo una disparidad taxonómica, pues hay quien lo califica como maestro del humor absurdo y otros, como genio del surrealismo. Cuestión de matices que podríamos discutir hasta el Apocalipsis con Fernando Fernán Gómez ( Así en el Cielo como en la Tierra), mientras Alfredo Landa (el bandido Fendetestas) convence a un alma en pena para ir a Cuba gratis con la Santa Compaña ( El bosque animado), porque no haber ido a San Andrés de Teixidó, no digo que no esté bien, pero mira que no haber ido a América pudiendo y gratis con la Santa Compaña, porque en este pueblo se le tiene mucha devoción a Faulkner ( Amanece, que no es poco).

El humor mal llamado absurdo ha tenido en España genios notabilísimos: Miguel Mihura, Miguel Gila, Tip y Coll y un extenso etcétera hasta llegar a Cuerda. Absurdo es todo lo que carece de lógica o que responde a reglas no racionales, pero ese humor blanco y desternillante tiene unas reglas precisas y hasta cierto punto cartesianas, nace de la observación concienzuda y metódica de la realidad y crea un mundo imaginario regido por las mismas reglas corregidas, aumentadas, disminuidas, lavadas, coladas, escurridas y estrujadas.

Contemplemos unas escenas cotidianas en las que se muestra la diferencia, aunque maldita la gracia que tienen:

Un ciudadano aguarda en una sucursal bancaria que una voz enlatada pronuncie un código alfanumérico. Le atiende un empleado que explica en tono impersonal que su cuenta ha sido bloqueada porque no ha contestado el formulario CRS.

—¿La mujer de quién? inquiere el interesado.

—¿Tributa usted en España o en el extranjero? prosigue impertérrito el empleado.

—¡Hombre, que ya quisiera yo! Como me toque el euromillón me va a buscar en las Caimán la ministra del ramo, pero mientras tanto...

—¿Percibe rentas de un solo pagador?

—¡Toma ya, pues claro! De mi señora, que administra las finanzas domésticas con mano firme y cicatera.

—¿Realiza usted pagos en B?

—Pues ahora que lo dice, no sé si el de los ciegos declaró el cuponazo del viernes pasado.

—¿Realiza usted alguna actividad del catálogo del IAE?

—Pues pregúntele a su jefe, que me conoce desde hace treinta años.

—Oiga, esta es información requerida por el Banco de España —dice el oficinista un poco alterado.

—Pues ponga parado de larga duración, porque la verdad la sabe hasta el que abre la puerta de Hacienda todos los días.

—Por último, tiene usted que firmar esta declaración de protección de datos —dice el viseras recuperando su salmodia monocorde.

—¿Y de quién me los van a proteger, si puede saberse? Porque la Administración estatal, la autonómica y la local ya los tienen por triplicado ejemplar y los piratas, empresas de suministros y las de publicidad los consiguen sin preguntar.

—Se los protegemos de usted mismo, caballero —dice el empleado mientras atisba una sonrisa ladina.

En cambio, el surrealismo consiste en la expresión artística de lo onírico, de la realidad trastocada en una suerte de imágenes que surgen espontáneamente, como si alguien empezara a contar lo primero que se le ocurriera. Otra escena real como la vida misma:

Un ciudadano acude a una notaría / a una oficina de cualquier Administración / a una sucursal bancaria para firmar una escritura / realizar una gestión administrativa / abrir una cuenta. Pero he aquí que tiene el carnet caducado. Pues nada podrá hacer porque no tener el DNI en vigor en pleno siglo XXI está penado con la interdicción civil. ¡Oiga, sin faltar! No, quería decir que usted habrá perdido su capacidad de obrar, como si hubiera dejado de ser persona, como si hubiera muerto o hubiere sido incapacitado. La interdicción civil fue un castigo antediluviano para quien, verbigracia, no tenía certificado de sangre como cristiano viejo; resucitado durante el franquismo para rojos, vagos y maleantes, creíamos ya enterrado con la Constitución, pero mira por dónde?

Finalmente, el hiperrealismo: nuestra Región ha sido la Comunidad con menor número de muertes por cáncer en el último año. El líder que nos gobierna con privilegiada cabeza declara que es un dato del que nos tenemos que sentir orgullosos el millón y medio de murcianos y murcianas de esta Región y que el Gobierno regional seguirá trabajando por alcanzar tan notables objetivos de salud pública. También somos la Región con mayor índice de suicidios y, aunque esta cifra pueda tener cierta relevancia en aquélla, nuestro ínclito dirigente no se ha pronunciado sobre si también seguirán trabajando en ello. He de reconocer que nuestro carismático guía es un genio de la retórica, como por fin he alcanzado a comprender, capaz de defender una cosa y la contraria; pero no sucesivamente, como sería propio de cualquier prestidigitador de la palabra, sino al mismo tiempo y con ocasión de la misma efeméride.

Nuestro admirado José Luis Cuerda, que nació en la Región Murciana antes de que Albacete se segregara para convertirse en castellanomanchega, habría sido un murciano de pro, pero se hizo manchego por decisión administrativa cuando el derecho a decidir no se ejercitaba por referéndum popular. Tenemos constancia de que era un enamorado de Galicia, esa tierra tan exuberante como onírica. Tal que Murcia, sólo que aquí prima más el absurdo que el surrealismo. El verdor de nuestra tierra es más cítrico y ha de hacer frente al avance de la sequía, mientras que el gallego se espesa en fragas y breñales donde abundan hayedos y robledales, castañares, alcornocales y carballares; el agua de los ríos discurre entre laderas escarpadas de la Ribeira Sacra en las que se cultiva la uva godello, la teixidora y el albariño, con las que se elaboran unos blancos de afrutadas fragancias florales, ideales para la conversación imaginativa. Otra cosa son los secarrales del sureste, donde la monastrell produce vinos tánicos de alto contenido etílico, ideales para lucubraciones mentales y siestas caniculares.