Jamás uso camiseta interior, ni siquiera en los días más fríos del invierno. No me gusta sentir esa prenda pegada al cuerpo, me agobia y me da mucho calor. No soy nada friolero, probablemente, porque voy sobrado de calorías, aunque tampoco lo era en los tiempos en los que se me notaban hasta las costillas. Mi buen amigo David lleva semanas advirtiéndome de que voy muy fresco, porque me ve sin chaquetón ni cazadora y en mangas de camisa por la calle. El caso es que aún no ha culminado el invierno y parece que ya hemos dejado atrás los cuatro días de frío intenso que suele hacer en Cartagena. La verdad es que aquí pasamos del invierno al verano sin apenas pedirle permiso ni a la primavera ni al otoño y llevamos al termómetro un poco loco, con altibajos que, a veces, dificultan la elección de la ropa para cada jornada y nos obligan a la estrategia de la cebolla, a ir vestidos por capas.

Admito que, si bien soy consciente del maltrato al que sometemos a nuestro planeta y de que el cambio climático parece una realidad imparable, pensaba que detrás de tanto alarmismo y tanto catastrofismo, se escondían mensajes manipulados por intereses oscuros a los que gusta tirar de la exageración para alcanzar sus objetivos hipócritas. Y digo pensaba, porque, desde ya soy un fiel defensor de que la naturaleza se revuelve contra nosotros para defenderse o para lanzar gritos de auténtica agonía, que la mayoría seguimos ignorando.

Me quedé completamente helado cuando ayer, en pleno Día de los Enamorados, esta relación de desamor entre el hombre y la Tierra se plasmaba en el siguiente titular: «La Antártida supera a Sevilla con 20 grados de temperatura». ¿Se imaginan en bañador para darse un chapuzón entre icebergs derritiéndose y rodeados de pingüinos? En la Antártida tiene que hacer frío, mucho frío. Si no, malo.

El problema es real, aunque no queramos verlo, aunque nos acomodemos a no verlo, aunque lo ignoremos por completo. Nos está estallando en las narices, en nuestros morros y ni aún así somos capaces de reaccionar. ¿A qué esparamos para dejar de hacer eso que todos sabemos que es tan malo? ¿O nos están engañando y no es tan malo, solo un poquito? Si el plástico es tan 'demonio' como nos advierten, ¿a qué esperamos para erradicarlo? Y como eso, otras tantas cosas. Si queremos que esta relación funcione, tenemos que cambiar las cosas, porque si no, nos autodestruirá.

Y en esta Región lo sabemos bien. Ya decíamos la semana pasada que el turismo en nuestra Comunidad había descendido hasta un 7% en los primeros datos del año, lo que no augura nada bueno. A quien escape que las tremendas imágenes y noticias desalentadoras sobre el Mar Menor son la causa de una anunciada debacle es que no se entera de nada. Maltratar la naturaleza tiene sus consecuencias, ignorar sus avisos es una total irresponsabilidad y seguir sin hacer nada debería ser considerado como un crimen medioambiental de primer orden. Se queda uno ojiplático cuando lee un entrecomillado nada menos que del presidente de nuestra Comunidad en el que sentencia: «Es cuestión de semanas que el Mar Menor vuelva a ser una sopa verde». ¡Por Dios, pero cómo puede decir eso! Apenas quedan unos días para nuestra Semana Santa y el sector turístico regional ya sufre las consecuencias del drama medioambiental de nuestra laguna de los huevos de oro. Ya somos todos bastante conscientes de que estamos matando a un Mar Menor agonizante y debemos seguir denunciándolo hasta en la sopa. Pero lo que menos necesitamos y, en especial, los hosteleros y hoteleros de nuestras playas y también los del interior, porque también les afecta todo esto, es que vengan nuestros mandamases a alimentar su hoguera de la confrontación con más tierra sobre nuestros tejados. Es que parecemos tontos. ¿Acaso no hemos hundido ya lo suficiente al sector más importante de nuestro territorio? ¿Acaso este verano no va a ser una ruina para muchos? Pregunten, pregunten. Pregunten a las inmobiliarias que gestionan alquileres en el entorno del Mar Menor cómo les va. Pregunten a los hoteles por las reservas que tienen de cara a la llegada del calor. Pregunténse cuántos de ustedes se van a bañar el próximo verano en la laguna salada. No me gusta ser agorero, pero ¿qué porcentaje de asiduos a nuestras costas creen ustedes que repetirán este año?

Salvemos el Mar Menor, por supuesto, pero salvémoslo de verdad. No basta, como decía un amigo, con vender camisetas con un slogan impreso ni con una manifestación esperanzadora cuyo efecto ha quedado prácticamente desinflado. No podemos consentir que los responsables de cuidar y mantener nuestra laguna, de salvarla, lancen mensajes catastróficos, demoledores, que no hacen otra cosa que dañar aún más la lamentable imagen que ya tienen en nuestro país y más allá del que era nuestro mayor reclamo turístico. Porque lo hemos transformado en el mayor espanto para quienes nos visitan. Y ahí siguen los de aquí y los de allí con el «has sido tú». ¡Basta ya! La incompetencia y la inacción de nuestros dirigentes regionales y nacionales, su incapacidad para sentarse a buscar y acordar soluciones es un lujo que no nos podemos permitir. Lo peor no es que, probablemente, ya no llegamos a tiempo para deshacer el entuerto de cara a la próxima temporada. Lo peor es que siguen peleándose ante la agonizante y cadavérica figura de nuestro litoral más preciado. ¡Qué vergüenza! ¡Qué indignación! ¡Qué pena! Si seguimos así, nos hundiremos del todo. Y a ver quién es el guapo que viene a reflotarnos.

Por si fuera poco el daño al turismo que ya nos hemos hecho, como somos más chulos que un ocho, nos permitimos echar más leña al fuego y atacamos a otro de nuestros tesoros más atractivo para nuestros visitantes. Así, con letras grandes, para que se sepa en todo el mundo, nos inoculamos nuestro propio virus, que solo el tiempo y el agravamiento o no de los síntomas dilucidarán si es mortal de necesidad. El anuncio de huelga general en el sector de la hostelería para la próxima Semana Santa es demoledor. Solo queda que nos peguemos un tiro en el pie. Aunque quién sabe, por ahí ya hay quienes nos quieren quitar de en medio antes de tiempo, porque somos un estorbo y no somos lo suficientemente dignos para vivir, pero sí para morir. Bueno, esa es otra cuestión de la que ya habrá tiempo de hablar.

Si yo fuera hostelero en esta Región o mi negocio dependiera del turismo, no solo estaría megapreocupado, sino que empezaría a contemplar posibles alternativas, porque el impacto que la situación del Mar Menor y otros despropósitos están teniendo fuera de aquí lo vamos a pagar durante mucho tiempo y no lo contrarrestará ni la mejor campaña promocional que se haya inventado en la historia. Si queremos recuperar nuestra joya de la corona del mundo turístico, debemos empezar a hacerlo ya, porque si no, acabaremos como ella. Muertos.

Esto no es una petición, es una súplica. Por favor, siéntense y salven nuestro Mar Menor. También es el suyo.